domingo, 2 de enero de 2011

Posturas (I)

La trayectoria de los seres humanos se caracteriza por los vaivenes de la fé.
De pequeño creemos en todo. Y paulatinamente comenzamos a abandonar nuestros credos.
Poco a poco abandonamos a nuestros referentes. Dejamos de creer en el ratoncito Pérez, en los Reyes Magos, en los superpoderes de nuestros padres, en la vida única y mágica que nos prometía el destino, en el amor, en la felicidad, en Dios...
En mis estudios por los parques bilbaínos he observado algo incongruente:Los esfuerzos de los ancianos por recuperar sus creencias.

De algún modo, llega un momento en que nos entregamos a una vida vacía, sin sentido ni lógica, irreal.
Abrazamos el escepticismo creyéndonos inteligentes. La nueva era ha impuesto el pensamiento racionalista y todos empuñamos la célebre cita de Descartes.:Sólo sé que no sé nada.

La paradoja reside en que diciendo esta frase nos creemos poseedores de la verdad. Y ésto es lo que nos libera del camino de sabiduría que nos enseñó Platón. Para que cojones voy a pensar en el más allá, en el sentido de mi vida, en el amor... Si nunca voy a ser capaz de comprenderlo...
Sin embargo, los ancianos ven cerca el final. Y comprenden que una vida así no tiene sentido. Se reconcilian con Dios, para pedirle la salvación de sus almas o quizá simplemente porque se sienten solos.
Y se sientan como yo en bancos recónditos y miran con ilusión a las parejas, construyéndose un pasado ficticio. Cualquier tiempo pasado fue mejor

Algunos, hasta construyen una guardería en su casa para tratar de contagiarse del entusiasmo de sus nietos.
A mucha gente le cuesta llegar a ese punto. Seríamos mucho más felices creyendo que moriremos el año que viene porque empezaríamos a valorar más lo que tenemos y a dejar de lado la razón para abonarnos a la fe.

Cuando sea mayor pondré mis dientes bajo la almohada. Lo prometo.

1 comentario:

  1. Es muy simpático eso de poner los dientes bajo la almohada cuando seas mayor. Lo peor de todo será que estarás durante el día buscándolos por no acordarte de dónde los pusiste.

    Seguro que la dosis justa y para toda la vida es un fifty-fifty de razón y fé. Que estén lo más equilibrado posible.

    Aunque es bastante lógico que por la edad, te empiece a fallar el razonamiento y te aferres a los sentimientos.

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