lunes, 31 de octubre de 2011

La noche en la que matamos monstruos

Bombeaba nuestro corazón sangre y alcohol a partes iguales.
Las calles se emborronaban y nuestros fantasmas se hacían más nítidos.
No recuerdo de qué hablábamos. No trasciende.
El alba amenazaba con llegar y privarnos de nuestro reino, las sombras.
El reino de Tristán e Isolde. El crepúsculo que tiñe las emociones de sangre.
El cacareo desconsiderado, que amenaza la vuelta de la rutina,
que me vuelve cansado como al emerger de la lectura.
Como el eco de los últimos compases.
Te puse otros nombres, otros rostros, otros besos.
Y caí absorto y rendido en una espiral en la que no se veía fin.
En el sortilegio de la improvisación, en un mar picado de dudas
donde Ulises hubiera encallado como lo hicieron nuestros corazones.

sábado, 29 de octubre de 2011

Cuando aún no te conocia

Cuando aún no te conocía era un roble
travieso y juguetón
que vagaba sin raíces ni nombre.
Te escribí aun antes de verte,
te hablaba en sueños,
pero como tú no me esperabas con la misma ansiedad
no encontrabas mi frecuencia.
Por la noche un ratiro, tres veces a la semana,
te llamaba y te llamaba pero a tú no esperabas a nadie,
s
buscabas calor en brazos ajenos sin pensar en futuros ni quimeras.

martes, 25 de octubre de 2011

Doña Ana

Doña Ana caminaba a duras penas, torciéndose sobre el maldito taca-taca y apoyándose en el brazo de Rosi, aquella joven colombiana que los traidores de sus hijos le habían colocado sin preguntar. Muy a su pesar, y mira que desde el principio había intentando dejar clara su enemistad y rechazo, Rosi se había ido ganando paulatinamente su confianza y aprecio. Había llegado a un punto en el que no recordaba la vida sin ella. Dormía en el cuarto de al lado. Por la mañana, muy pronto, le ayudaba a levantarse. Por la noche, le regañaba cuando se negaba a acostarse. Era su ángel de la guarda. A veces sentía lástima por ella. Estaba desperdiciando su preciosa juventud velando por una decrépita anciana que contaba los días que le quedaban con los dedos de la mano.

Ayer me las encontré. Las saludé cuando pasaron frente a mi portal. Un hombre que balbuceaba con dificultad el castellano, las abordó y comenzó a explicarles que no tenía con qué alimentar a sus hijos. Esperé en el portal, aguardando, por si acaso debía intervenir, jugueteando con las llaves.
Doña Ana siempre ha sido un poco tacaña, y con el tiempo ha olvidado el tiempo en que sufría para sobrevivir. Casi le da un vuelco al corazón cuando Rosi ha buscado en el fondo del bolso y le ha dado una generosa limosna al hombre.

- Madre de Dios... ¿Sabes que ese es mi dinero? Yo te lo doy para que vivas bien, porque te preocupas de mi y me cuidas. No para que te dejes engañar y lo repartas a vagos y maleantes.

Rosi ha sonreído y le ha contestado con su voz alegre y dulzona, como si hablara con un niño.
-No se enoje, Doña Ana... ¿No ve que ese hombre no encontró la oportunidad que yo tuve cuando la conocí? Yo también tengo un niño chico, allá en Colombia. Y todos los días doy gracias al cielo porque sus hijos me dieran la oportunidad de mandarle todos los meses parte de mi jornal. Dios quiera que pronto pueda traerlo aquí conmigo. Seguro que se llevan bien.

Doña Ana se ha quedado sin palabras, como yo. Ha vuelto a aferrarse al taca-taca, torcida como si la acera bailara con ella. Y en su silencio, he comprendido que pensaba que aquella jovencita de luz en los ojos, aún podía enseñar muchas cosas a una mujer que, a pesar de sus 90 años, todavía no lo ha visto todo.
Por un momento, Doña Ana se me ha antojado más joven y, Rosi, la más sabia de las mujeres.

lunes, 24 de octubre de 2011

El mundo volverá a tenernos miedo

Mira si tienes magia, que ya ves,
con tres palabras ya me devuelves a mi órbita
de noches de desvelos escribiéndole a las sombras.

Ha sido tu rostro lo último que he visto antes de despertar,
y la certeza de extrañarte tanto, y lo lejana que parecías en sueños,
lo que me ha echo abrir los ojos, empapado en sudor, entre jadeos.

Despertar sería un alivio si encontrara tu sonrisa a mi lado.
Si me dijeras "yo con un peta duermo mejor" y me sellaras los labios
y los residuos de miedo con un beso, me reconciliaría con la noche.

Siento no entrar en tu maleta ni en tus planes.
Otrora cometí el fallo de tratar de olvidarte.
Ahora simplemente me castigo por estar aquí escribiendo a oscuras
cuando podría estar hablando contigo.

Si bien menos lejos de lo que sentimos,
no te tengo a mi lado diciendo que con un peta duermes mejor
ni cerrando más postigos que los de la esperanza.

Nunca más volveré a ser el mismo.
Me enseñaste a saber mirar, a escribir.
Convertiste mi sarcasmo en ironía y pusiste metas a mi vida.
Me dejaste amar, entera y llanamente.

Me enseñaste también el dolor y el insomnio.
El saberse perdido y vacío.
El perder la razón.

Pero no sé. Me encanta pensar que el mundo tiende al desequilibrio
cuando estamos lejos. Que la mano invisible si irrita si ve
que somos más cabezotas que la razón misma.
Y sonrío al pasar por las paradas en las que perdí el bus adrede,
rebañando el plato de tus besos.

A ti no te da por escribir. Eres más de contar los segundos que tarda
el semáforo de Zabalburu en cambiar de color. ¿Eran ... 22+16... 38?
Tú lo cuentas en segundos. Yo en el grado de deseo de que cambie.

Nos llegarán nuevas mañanas y el mundo volverá a tener miedo de nosotros.
Esta noche repleta de estrellas es un buen augurio.

Mira si tienes magia, que ya ves,
con tres palabras ya me devuelves a mi órbita
de noches de desvelos escribiéndole a las sombras.

Ha sido tu rostro lo último que he visto antes de despertar,
y la certeza de extrañarte tanto, y lo lejana que parecías en sueños,
lo que me ha echo abrir los ojos, empapado en sudor, entre jadeos.

Despertar sería un alivio si encontrara tu sonrisa a mi lado.
Si me dijeras "yo con un peta duermo mejor" y me sellaras los labios
y los residuos de miedo con un beso, me reconciliaría con la noche.

Siento no entrar en tu maleta ni en tus planes.
Otrora cometí el fallo de tratar de olvidarte.
Ahora simplemente me castigo por estar aquí escribiendo a oscuras
cuando podría estar hablando contigo.

Lo malo es que no estás aquí. Si bien menos lejos de lo que sentimos,
no te tengo a mi lado diciendo que con un peta duermes mejor.

A ti no te da por escribir. Eres más de contar los segundos que tarda
el semáforo de Zabalburu en cambiar de color. ¿Eran 43?

domingo, 23 de octubre de 2011

El guitarrista de mis esperas

Cada vez que acordábamos encontrarnos
yo llegaba al lugar de costumbre casi una hora antes.
Tenía un sabor dulce la espera de tus labios salados.
Tenía un regusto a felicidad esa espera emocionada,
la sonrisa de bobalicón y el deambular desenfadado
recorriendo en círculos la razón de mi alegría.
Siempre hacía lo mismo. Echaba una moneda
al guitarrista extranjero que soportaba el frío.
Más torpe que virtuoso, sus fallos no me importaban.
Apenas reparaba en la música.
Era un cómplice de mi espera y compartía mi felicidad con él.
De vez en cuando le comentaba alguna cosa y el me sonreía,
contento de que alguien apreciara sus inquietudes.
De vez en cuando miraba los escaparates.
Todo me parecía maravilloso en aquella lenta apertura de plano
que esperaba a que aparecieras en escena.
Siempre clavo la mirada en el suelo pero en aquellas tardes
solía mirar hacia arriba y contemplaba los balcones
de aquel Bilbao prieto y desordenado de las siete calles.
Todo parecía nuevo. Todo más vivo.
Los rostros de la gente se me insinuaban más amables.
La noche se desplomaba sobre nosotros cuando al fin doblabas la esquina.
Hablábamos de todo y de nada. Bebíamos del otro como si el mundo
empezara a derrumbarse en aquel café, y yo me maravillaba
de lo feliz que era a tu lado. Peleaba contigo para cogerte de la mano.
Tú nunca me dejabas.
He aprendido a volver a pasar por aquella esquina.
Ya no suelto lágrima alguna. Te lo prometo.
Le sigo echando monedas al guitarrista, que últimamente se esfuerza
en recordar de qué le suena mi rostro. En vano.
Me falta el brillo en la mirada, el deambular alegre y la sonrisa bobalicona,
del tiempo en el que intercambiábamos cumplidos.
Ahora mi mirada se parece más a la suya. Rasposa y agria.
Ya han caído sobre mi espalda muchas noches.
Ya he aguantado el frío sin tus abrazos.
Y ahora, que estoy tan lejos de ti, me siento infinitamente cerca
de ese guitarrista que soporta al frío,
más torpe que virtuoso.
Ahora, reparo más en sus fallos.

jueves, 20 de octubre de 2011

Desvaríos numéricos

Aproximadamente 743.000.000 resultados y en ninguno nuestros nombres
Todos ellos escupidos en 0,17 segundos.
Qué irónico.
Busco residuos de lo que fuimos en cada página.
Desentraño los misterios de todas ellas.
Las estudio incansablemente para convencerme de que la vida merece la pena.
De que aún quedan verdades.
El mundo tiene 6.950.000.000 personas y Google no encuentra amor para 6.207.000.000.
Ahora parece menos fácil encontrarte, entre este mar de datos.
Ahora entiendo que tú y yo no fuimos más que un ensayo que acabó en error,
para este mundo perfecto que es capaz de encontrar, en 0,17 segundos, 743.000.000 resultados para la palabra amor,
cuando nosotros necesitamos de una vida para encontrar uno solo.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Tensión creciente

Soy un fiel admirador de la tensión creciente.
Me gustan las canciones largas que empiezan con un hilo de voz o un piano ronco. Que los instrumentos se incorporen gradualmente. Que el volumen y la intensidad crezcan y que todo se desborde en un final apoteósico.
Adoro las películas que comienzan ofreciendo pinceladas de la trama y te mantienen aturdido hasta un desenlace en que todo cobra sentido y la verdad te golpea.
Me gustan las personas con tensión creciente. Me gusta tardar en conocer cómo son de verdad, sobre todo si lo que me espera al bucear merece la pena. Me gustan las sonrisas irónicas, las miradas que te invitan a seguir buscando, la ironía y la mordacidad.
Me gusta que lo primero que veas de una persona sea lo malo. Lo malo suele ser lo que más atrae. Lo bueno es lo que te atrapa, lo que acaba por atarte. Pero sin misterio lo bueno suele presentarse como algo aburrido, frío.

Así que cuando vengas, enséñame solo lo malo. Atrápame. Trabaja la trama, ayúdame a seguir adelante. Dame pistas de vez en cuando de que el final del trayecto merece la pena. Emite destellos primero. Que el fulgor final no sea una sorpresa para mí.
Y cuando parezca que empiezo a rendirme, zas, despliega tu mano y enseña las cartas. No espero escaleras de color. Solo sorpresas.

martes, 18 de octubre de 2011

Ave de paso

He de partir ya.
Se acerca el frío.
Ya casi no recuerdo
como era volar.

Dejé de migrar cuando encontré
calor a tu lado. ¿Recuerdas?
Anidaba bajo tu ala.
Me susurrabas mentiras
y, mientras alimentabas mi esperanza,
te iba dando mi corazón poco a poco.

Así pasaba los inviernos.
Guareciéndome del frío en tu amor
me volví torpe.
Mis garras se desafilaron,
mi pico creció curvo
amenazando mi garganta.
Mis alas empequeñecieron
y mi cuerpo dejó de estar cubierto
de aquel plumaje blanco y tupido
que hace algún tiempo desafiaba al sol.

Hoy retomo el viaje de nuevo.
Deambulo torpe por el nido que dejaste.
Me arrimo al borde y miro con miedo
las ramas de este árbol que empieza a desnudarse.
El suelo y el horizonte.
Un horizonte que es distinto sin ti.
Más grande, amenazador.

Veo colinas, saltos de agua y tramposos.
Madre me besa en la puerta.
Mi abuela llora.
Haz en el nombre del padre
y piensa mucho en nosotros.

Desplego las alas.
Raquíticas. Apenas una sombra de lo que fueron.
Cuando llegue el verano,
estaré de vuelta.
Con las alas grandes
y el miedo curado.

domingo, 16 de octubre de 2011

El trato

- Ni siquiera me has preguntado por qué te besé.
- No...
- ¿No tienes curiosidad?
- Bueno, es más bonito preguntarlo ahora que te tengo delante.
- Claro
- Bueno... y ¿por qué?
- ¿Por qué te besé?
-Sí
-Ya sabes que no me gusta hablar de esas cosas. Me da mucha vergüenza...
- ¡Joder! ¿Y entonces a qué ha venido todo esto?
- Bueno, ya sabes que me gusta volverte loco.
- Escúchame, hagamos un trato. Imagina que ahora nos besamos. La razón del primer beso dejaría de tener importancia. Ahora lo tendría el último beso.
- ¿Y qué razón tendría este último beso?
- Yo te la preguntaría y tu seguirías sin poder contestarme. Pero imagina que cuando descubrir la causa de este segundo beso sea de imperiosa urgencia, nos diéramos un tercer beso, y después un cuarto, y un quinto. ¿Lo ves? Así en ningún momento tendremos que dar respuesta al primer beso. Pospondríamos la respuesta y convertiríamos el proceso en rutina.
- Pero seguiríamos sin tener respuestas. ¿Qué ganaría yo con eso?
- ¿Tú? Ni idea... Yo un montón de besos...
- De acuerdo. Trato hecho.

Madrugada

Hoy cuando volvía a casa
sin más tráfico que el camión de la basura
ni más banda sonora que el aullido de los perros
una pareja de muertos se aplicaba sal en las heridas.

No entendí la discusión
ni el por qué del amor muerto.
Un hombre chapoteaba en vino en un portal,
perdido y solo, y murmuraba sortilegios.

Le he ayudado a levantarse y me ha gritado
cosas en un idioma ajeno.
Entonces el hombre muerto a golpeado a la mujer muerta
y mi corazón ha sangrado un poco.

Una puta me ha hablado y la he mirado con tristeza.
Un anciano rebuscaba en los contenedores
ecos de un pasado glorioso.
He escuchado su historia:
hablaba de mujeres y fiesta.

Cruzando el puente he oído ronquidos flotar desde abajo.
Olía a muerte y miedo, a espera eterna.
Me he dicho ¡no llores!
y he seguido caminando.

Dos hombres sostenían a una mujer, ella gritaba,
pero en la calle sólo estaba yo,
y ni siquiera eso.

Me ha llegado el calor de una panadería,
cuatro gatos viejos han cruzado la calzada,
un hombre ha saltado desde un quinto piso
y el periódico me ha manchado
los dedos de muerte y tragedia.

Me he metido en la cama,
abrazando a los sueños
pero ni ellos me calmaban.
Y sentado en la cama,
tiritando y descompuesto,
he esperado despierto
a que llegara la mañana.

viernes, 14 de octubre de 2011

Quique González y Kirmen Uribe en la semana de la poesía.

Noche mágica la de ayer. No había mejor forma de inaugurar la semana de la poesía bilbaína.
Cuando dos genios se juntan no saben hacer otra cosa que genialidades.
Quique a la guitarra y Kirmen empuñando versos, en una sala pequeña, recogida, intimista.
Sin bambalinas, los artistas tuvieron que recorrer la sala desde la parte trasera, aproximándose al escenario, con un coro de susurros predeciéndoles.
Pisaron las tablas y la sala les ovacionó, aplauso prematuro de lo que posteriormente sería el recital.
Poesía, música y magia. Misma palabra con diferentes matices. La guitarra de Quique estremeciéndose complementó a la perfección a la voz dulce, pausada y distante de un Kirmen Uribe de ojos destelleantes y sonrisa perenne que se pasó todo el recital diseccionando los rostros del público.
Recitó poemas que yo ya había leído, algunos tantas veces que mis labios se movían al compás de los versos. Relató historias de su libro Bilbao-New York-Bilbao, alguna de las cuales ya recaló en el blog hace algún tiempo.
Quique brilló igual que siempre. Apretando el rostro en los agudos que siempre bailan en su timbre único. Mis labios tampoco pudieron descansar con él. Cantó "Algo me aleja de ti" y no pude salvo emocionarme. Hasta los ángeles de la cúpula de la biblioteca, de temática barroca, parecían escuchar con atención y estremecerse.
Luego llegaron inéditos y haikus, y el verso libre parecía aún más vivo.
A veces viene bien entrar durante una hora en un mundo de magia, olvidarnos de que estamos vivos por un segundo, y dejarnos acariciar por el arte y el genio.
Sólo faltabas tú, a mi lado.


No puedo elegir

entre el Mar y la Tierra.

Vivo feliz en la línea que las une.

En esta cinta negra que mueve el viento.

En este largo cabello de un gigante desorientado.

Del Mar me gusta sobre todo su corazón de niño grande.

A veces rabioso, a veces capaz de dibujar

paisajes imposibles.

De la Tierra, sus manos.

No puedo elegir

entre el Mar y la Tierra.

Sé que mi lugar es un hilo fino,

pero en el mar me perdería

y en la Tierra me ahogo.


No puedo elegir, me quedo aquí.

Entre olas verdes y montañas azules.

martes, 11 de octubre de 2011

Final sin beso

Preparaba cada día las palabras que le diría.Las repasaba en su mente. Con cautela.
Siempre eran las mismas pero fluían de forma atropellada por su cabeza, cada día en un orden distinto, cada día de forma más desordenada.
Le costaba asimilar que la milésima de segundo que la veía tras la ventana de su autobús, con la carpeta de la universidad pegada al pecho, jugando con el pelo mientras hablaba con sus amigas, era el único remanso que el atribulado pasar de los días le concedía.
Quería decirle que el día que la vio con sus ojos anegados en lágrimas, melancólica, masticando el luto de un amor empantanado que se obstinaba en no alcanzar la superficie, él quiso abrazarla.
Quiso hablarle de amores imposibles, del destino, de futuro y promesas...
Sin embargo, el miedo a nuevos fracasos le ahogó la voz y la esperanza. Otro día, se dijo, y como siempre, pospuso el momento a un recóndito e ínfimo lugar del incierto futuro.
Así pasaban los días. Ella feliz, ajena a luchas de sentimientos, él tragando palabras. Ella radiante y luminosa, envuelta en su aureola de perfecta armonía, él, triste y vencido, pintando los días de tonalidades de grises que mezclaba por las noches.
Un día como otro cualquiera, en el momento en que él pensaba remontar la tristeza con su remanso de felicidad, la vio, radiante como siempre, en la parada de autobús.
Ese día sus amigas no estaban. Ni la carpeta en el pecho. Y su sonrisa era otra.
Sus dedos jugaban, pero rizando el cabello de otro muchacho al que nuestro protagonista no conocía.
Y en el momento del beso, en el momento en el que la película de los dos enamorados acababa en un perfecto The End, la de nuestro hombre terminaba abrubtamente, relegado a una película distinta. Un personaje de cierre inverso y una sombra en la retina.
Nuestra película moría sin beso.

domingo, 9 de octubre de 2011

Tonterías

Hay un gato en el tejado.
En mi corazón, una lluvia
de violines desafinados.
Una esfera de luces
que no conseguimos descifrar
nos quita el sueño.

Un trémolo de piano
se posa en tu sonrisa.
Otra espinita en mi corazón,
que al tiempo le costará arrancar.
Otro verano perdido,
otro invierno durmiendo junto al árbol,
esperando que alguien deje ahí tus besos.

A veces me recuerdas a las mujeres que amaba.
Me gustaría encontrar tu llave,
me gustaría susurrarte mentiras y abrirte el corazón,
pero tengo aún el puño cerrado,
la mirada ronca y la sonrisa ajena.

Cada noche que regreso a casa
sin tus abrazos acompañándome
maldigo a la mala suerte,
a la pena consejera, al mal agüero,
que me piden olvidarte.

Pero siento la necesidad de anclarme a ti,
de buscar la banda sonora de nuestros besos,
de hilar historias, de trenzar la trama.
A veces juego con dos lápices
a dibujar caminos imposibles
y siempre se juntan.

Empiezas a ser tema invariable en mis escritos,
recurso al que recurro irremediablemente
y en ti solo el primer verso es difícil,
solo la primera certeza,
porque después se desborda un manantial
de sentimientos,
una miríada de emociones.

Quiero entrar en los sueños de alguien
y, mi vida, tienes la mirada de soñadora
más tierna que jamás he visto.
Piensas que soy lo que ves.
El caparazón de púas que se erizan,
que con el tiempo y los golpes se ha hecho perenne.

Pero la pena es caduca y las ganas de amar
siempre vuelven,
como el trémolo de tu risa,
como la espinita en mi corazón,
como la lluvia de violines
y el gato triste en el tejado.

viernes, 7 de octubre de 2011

jueves, 6 de octubre de 2011

Hola mundo

Hola mundo, te hablo desde mi ventana, que cada vez es más pequeña, como el vaho que la maquilla cada vez más espeso.
No voy a increparte a preguntas ni echarte la bronca por tus malas pasadas, como acostumbro. Sólo quería sentirme parte de ti, un ratito, de nuevo.
Últimamente cada día es verbena a la que no me siento invitado. El invierno se acerca y tú sabes bien que el clima hace más intensa mi tristeza.
Me pinto de verde esperanza pero no soy capaz de engañar a nadie. Lanzo al aire promesas, dejar de buscar la felicidad, encontrarla. Pero a medida que crezco soy más pequeño. El horizonte se aleja y mi miopía aumenta. El mundo en el que habitan mis sentimientos se estrecha cada vez más.
Siento una especie de claustrofobia emocional, no se si existirá un término médico que la describa.
Me siento un juguete de las olas, un barco sin destino ni travesía, que espera tocar tierra en cualquier isla perdida y poder descansar.
Escribiéndole al mundo, sin esperar respuesta.

sábado, 1 de octubre de 2011

Honey or tar

Conecta el ritmo a tus pies
Aprieta y muévete fuerte
Ahora no hay que pensar
Ahora... ahora...
Se rompe el mundo a tus pies
Aprieta y muévete fuerte.
Ahora no hay que pensar
Ahora... ahora...


Nunca hubiera pensado que iba a escuchar esta canción aquí. Probablemente, solo se esté reproduciendo en mi cabeza. Debo estar bailando algo diferente al resto. Mejor así.

No dejas de mirarme. Me ruborizo y bebo. Mastico palabras con alguien a mi lado. Te vuelvo a mirar y ahora sonríes. La pista es tuya. Nadie baila tan bien como tú, y tu sonrisa se hace más grande. Ríes a carcajadas cuando un chico te toca el brazo desnudo y te susurra algo al oído. Sabes que me muero de celos.

Te acercas, me das la mano y pones esa cara de loca que echa atrás a los demás tíos y a mi me vuelve loco. A la gente le asusta ver que eres diferente. A mí me encanta.
Pareces cansada. Te dejas caer sobre mí. Reclamas mis abrazos. Ojalá tuviera alas para llevarte.

Encienden la niebla. La canción afronta el puente, ese resquicio de melodía en el que vivo. Juntas mucho tu cara a la mía. Pones mis manos en tus caderas.

La noche es nuestra.
Conecta el ritmo a tus pies
Aprieta y muévete fuerte
Ahora no hay que pensar
Ahora... ahora...
Se rompe el mundo a tus pies
Aprieta y muévete fuerte.
Ahora no hay que pensar
Ahora... ahora...


Ése es ya tu cuarto cubata de la noch