martes, 25 de octubre de 2011

Doña Ana

Doña Ana caminaba a duras penas, torciéndose sobre el maldito taca-taca y apoyándose en el brazo de Rosi, aquella joven colombiana que los traidores de sus hijos le habían colocado sin preguntar. Muy a su pesar, y mira que desde el principio había intentando dejar clara su enemistad y rechazo, Rosi se había ido ganando paulatinamente su confianza y aprecio. Había llegado a un punto en el que no recordaba la vida sin ella. Dormía en el cuarto de al lado. Por la mañana, muy pronto, le ayudaba a levantarse. Por la noche, le regañaba cuando se negaba a acostarse. Era su ángel de la guarda. A veces sentía lástima por ella. Estaba desperdiciando su preciosa juventud velando por una decrépita anciana que contaba los días que le quedaban con los dedos de la mano.

Ayer me las encontré. Las saludé cuando pasaron frente a mi portal. Un hombre que balbuceaba con dificultad el castellano, las abordó y comenzó a explicarles que no tenía con qué alimentar a sus hijos. Esperé en el portal, aguardando, por si acaso debía intervenir, jugueteando con las llaves.
Doña Ana siempre ha sido un poco tacaña, y con el tiempo ha olvidado el tiempo en que sufría para sobrevivir. Casi le da un vuelco al corazón cuando Rosi ha buscado en el fondo del bolso y le ha dado una generosa limosna al hombre.

- Madre de Dios... ¿Sabes que ese es mi dinero? Yo te lo doy para que vivas bien, porque te preocupas de mi y me cuidas. No para que te dejes engañar y lo repartas a vagos y maleantes.

Rosi ha sonreído y le ha contestado con su voz alegre y dulzona, como si hablara con un niño.
-No se enoje, Doña Ana... ¿No ve que ese hombre no encontró la oportunidad que yo tuve cuando la conocí? Yo también tengo un niño chico, allá en Colombia. Y todos los días doy gracias al cielo porque sus hijos me dieran la oportunidad de mandarle todos los meses parte de mi jornal. Dios quiera que pronto pueda traerlo aquí conmigo. Seguro que se llevan bien.

Doña Ana se ha quedado sin palabras, como yo. Ha vuelto a aferrarse al taca-taca, torcida como si la acera bailara con ella. Y en su silencio, he comprendido que pensaba que aquella jovencita de luz en los ojos, aún podía enseñar muchas cosas a una mujer que, a pesar de sus 90 años, todavía no lo ha visto todo.
Por un momento, Doña Ana se me ha antojado más joven y, Rosi, la más sabia de las mujeres.

1 comentario:

  1. Sentirse solidario y compartir siempre parece estar mas cerca del que anda con poco en los bolsillos, pero lleno de experiencias positivas en el corazón.

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