martes, 11 de octubre de 2011

Final sin beso

Preparaba cada día las palabras que le diría.Las repasaba en su mente. Con cautela.
Siempre eran las mismas pero fluían de forma atropellada por su cabeza, cada día en un orden distinto, cada día de forma más desordenada.
Le costaba asimilar que la milésima de segundo que la veía tras la ventana de su autobús, con la carpeta de la universidad pegada al pecho, jugando con el pelo mientras hablaba con sus amigas, era el único remanso que el atribulado pasar de los días le concedía.
Quería decirle que el día que la vio con sus ojos anegados en lágrimas, melancólica, masticando el luto de un amor empantanado que se obstinaba en no alcanzar la superficie, él quiso abrazarla.
Quiso hablarle de amores imposibles, del destino, de futuro y promesas...
Sin embargo, el miedo a nuevos fracasos le ahogó la voz y la esperanza. Otro día, se dijo, y como siempre, pospuso el momento a un recóndito e ínfimo lugar del incierto futuro.
Así pasaban los días. Ella feliz, ajena a luchas de sentimientos, él tragando palabras. Ella radiante y luminosa, envuelta en su aureola de perfecta armonía, él, triste y vencido, pintando los días de tonalidades de grises que mezclaba por las noches.
Un día como otro cualquiera, en el momento en que él pensaba remontar la tristeza con su remanso de felicidad, la vio, radiante como siempre, en la parada de autobús.
Ese día sus amigas no estaban. Ni la carpeta en el pecho. Y su sonrisa era otra.
Sus dedos jugaban, pero rizando el cabello de otro muchacho al que nuestro protagonista no conocía.
Y en el momento del beso, en el momento en el que la película de los dos enamorados acababa en un perfecto The End, la de nuestro hombre terminaba abrubtamente, relegado a una película distinta. Un personaje de cierre inverso y una sombra en la retina.
Nuestra película moría sin beso.

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