sábado, 29 de diciembre de 2012

Iceberg

Conozco a Celia
desde que soy niño
y sé que es un iceberg
A los diez años
ya podía chapotear
en la tristeza de sus ojos
Daba igual la luz
o la estación
No importaban las malas notas
ni los amores que ya se insinuaban
en el tiempo
como el escozor de una herida
que aún no ha sido infligida
Ellos
ajenos a todo
cubiertos
por una acuosa película
de fragilidad
devolvían la luz
con la pureza
de una réplica callada
Pero todos los que se atrevieron
a mirar
más allá del propio reflejo
supieron como yo
que aquellos ojos
encerraban
como un huevo
encierra una vida
secretos inabarcables
Conozco a Celia
desde que soy niño
y sé que es un iceberg

sábado, 22 de diciembre de 2012

Pero de otra manera

En mí se posa la tristeza
siempre que salgo del cine,
-tu mano tomada-
y a punto de fallecer la magia.
Siempre que cierro un libro
o despierto
tras un breve lapso de duermevela
en que la conciencia es una canción
que apenas recuerdo.
La vida es esto, sí,
pero de otra manera.
No sé qué sería de mi cuerpo,
a la deriva entre risas, brindis,
proclamas,
entre sueños rezagados,
engaños, publicidad,
ilusiones.
No sé qué sería de mi cuerpo,
mercancía en un flujo banal,
y deshecho.
Cáscara vacía cuando la esperanza
es un recuerdo,
noche sin estrellas,
relato sin audiencia
que se pierde en el silencio.
La duermevela siempre se quiebra,
el drama abre las esclusas
y lo anega todo.
Las palabras siempre escupen fin,
y lo devuelven - hablábamos del cuerpo mío-
a ese territorio yermo del que se sabe extraño.
Decía Lorca
que sólo el misterio nos hace vivir.
A mí el misterio me desgarra.
Pero el arte, como un ángel,
siempre me vigila
y nos ofrece su abrazo
y su delirio
cuando todo es tragedia.
Daría mi voz y mis naufragios
por una única certeza.
Al menos saber que esta
mano que tomas
es realmente la mía.
No sé qué sería de mi cuerpo
sin este roce espontáneo.

sábado, 8 de diciembre de 2012

Breve carta de un autobús enamorado

Hoy deseas mi llegada.
La noche esputa sombras
y la tormenta se densa
como una película de plasma
derrumbando tus suspiros.
Al fin llega a tu parada
una luz,
luz díscola, la mía,
altiva la noche.
Subes y me recorres
hasta el último asiento,
como un escalofrío,
como un orgasmo.
Pose de siempre, silencio ensayado,
y la caricia.
Memoria táctil recorriendo mi cristal,
dibujando en el vaho
tu nombre,
estrellas,
círculos.
Te recuestas en mi abrazo,
un hombre te mira dibujar.
Se enamorará.
Lo sé como sé
que todas las cosas acaban
posándose en el silencio.
Fin de viaje,
hasta mañana,
te digo,
y no me oyes.
Nunca me oyes.
Caminar sin rumbo

domingo, 2 de diciembre de 2012

Allá afuera

Allá afuera nace un país
y cientoveintitrés niños,
muere una palabra
y mil cuatrocientas doce almas
Tú afilas una verdad.

Allá afuera algunos celebran,
el brillo de una cerveza
enciende un cerezo muerto,
un niño lucha por ponerse en pie,
y tu voz puntea la piel de otro hombre.

Allá afuera sigue la lucha,
la sangre corre río abajo,
un anciano olvida algo sabido,
y la presentadora de informativos
aún sonríe.
Mientras, tú mueres de amor.

Yo, mientras tanto,
me zambullo en poesía
y aguanto la respiración,
esperando que el agua atenúe
el rumor de una vida que no cesa.


Semana

No es un buen día,
te digo, y no miento.
No es un buen día, este,
en el que el añil del cielo
se llena de pájaros muertos
y luces de alarma.

El poeta rompe la pluma con su grito,
y yo camino a tientas,
sin atreverme a abrir los ojos
en esta tormenta de ceniza.

No es un buen día este
ni aquellos que le precedieron.
No fue, en fin, buena la semana,
que empezó vestida
con un plumaje blanco de esperanza
y muere, como todas,
con las alas empantanadas en fuel.

Será porque no atino a escuchar el ruido.
Será que mil orfebres
se empeñan en grabar
mi corazón.

Mil buriles y un mismo nombre
que se repite,
se repite,
se repite,
y me impide ver más allá.

A veces creo que estas semanas
son las más lúcidas.
A veces pienso que son un breve paréntesis
que un invierno de engaños se toma.
Quizá tenga razón hoy que me hundo en la tristeza,
con la paciencia de una isla.
Quizá esto sea la vida,
y no lo que celebro, ausente de mí,
en la oscuridad de otros cuerpos.
Quizá la vida no se celebre,
como nadie se atrevió
nunca a celebrar tu ausencia
-puede que el sol lo hiciera,
consciente al fin de su propio brillo-.

Pero qué importa esta diatriba
y las que la sucedan.
A fin de cuentas,
da igual.
Si hubiera pasado la semana celebrando
fiestas al amparo de la luna,
meciéndome en la duda y la inmediatez,
como las guirnaldas se mecían
aquella vida en la que me atreví a besarte,
tu pregunta hubiera sido la misma,
-qué tal todo-
y mi respuesta,
nunca pronunciada
y consciente de su inutilidad,
la que siempre pienso.

Qué importa ya,
-qué importo ya-
si no estás aquí.