martes, 7 de febrero de 2012

Loable ciudad

Amanecía la facultad
presa de una epidemia de carteles
invitándonos a nacer para morir
o a comprar un disco de Lana del Rey.
Quizá un perezoso a cargo del pegamento y la brocha,
que quiso deshacerse de ellos en cuanto llegaron a sus manos;
quizá fuera el destino y su oscuro sentido del humor
aliados con el frío y mi gripe
el que apilaba tanto cartel junto.
Bilbao se volvía marea rojiblanca
y hablaba de gestas y épica.
De triunfos, gladiadores conquistando la arena
y nombres que la historia guardaría.
Era tanta la emoción que nuestras gentiles autoridades
atusaban los aledaños de la catedral que acogería el mito
invitando amablemente a sus parásitos y moradores
a llevarse el cartón del vino y el de otros menesteres
lejos de allí, para no enturbiar la fiesta ni enfriar ánimos.
Dedicamos dos segundos de obligada piedad y decencia
insultando a aquellos guardias y hablando de valores y otras mentiras.
Farfullamos hasta que el vino hizo efecto y después nos olvidamos,
para apoyar a aquellos héroes que se jugaban el honor por nosotros.
Loable ciudad.

viernes, 3 de febrero de 2012

Un poco también

Dime que me extrañas
o déjame caer
y volverme un crápula sin nombre,
probando mezclas secretas
con mujeres acordes a este clima tardío
de frío polar equivocado de época.
Adivíname entre el gentío,
sabineando para conquistar otras bocas,
y tallando versos al olvido
para que la fría losa
que supone no tenerte conmigo
acabe congelando a este maniquí sin más ropa
ni más abrigo
que un corazón que si bien resabiado
continua tan bueno, si se busca, como antaño.
Resulta que un tequila por cada duda
es buena manga seguro
y que el silencio no es buen remedio
ni para el servidor que predica compostura y reflexión.
Así que no me perdones nunca ser tan idiota.
Échame la bronca y tíñeme de cordura.
Alárgame el sueño un poco más.
Dime que me extrañas y que el mar
es mas pequeño sin tenerme,
que las copas de los pinos
no son tan inalcanzables
sin la sempiterna condescendencia
del mi, me, conmigo,
la constante referencia, si quieres, recordatorio,
de que si caes
volveré a ser nadie,
volveré a rondar mi purgatorio
de remordimientos y cardenales.
Pero antes de volver a todo aquello
me consuelo a mi mismo
mintiéndome y diciendo
que quizás tú, un poco también,
acabes echándome de menos.

Estampa invernal

Pasea- se arrastra, mejor dicho-
un anciano de pelo acorde a este día invernal,
y los copos que caen se mimetizan y deshacen en sus hombros.
Ya vio nevadas semejantes:
Un invierno la ventisca le retuvo en casa durante semanas.
Otro, nevaron bombas y metralla.
Y sin embargo, a los telediarios parece asustarles un poco de nieve.
En esas estaba el viejo cuando
le arrancaron de sus cábalas.

Una niña,
-poco más de dos años- chilló y rió
vomitando la sorpresa que le reparaba tanta magia cayendo.
Abría y cerraba las manitas, mirando el dorso y la palma de la mano.
Abría la boca y besaba los copos, los acariciaba con la lengua.
El viejo miró a la niña y fue como si aquella estampa le hubiera quitado el polvo
de tantos inviernos sin nieve ni abrazos.

Sin machismos

El miembro besó a la miembra
y se fraguó un amor no sexista.