martes, 7 de febrero de 2012

Loable ciudad

Amanecía la facultad
presa de una epidemia de carteles
invitándonos a nacer para morir
o a comprar un disco de Lana del Rey.
Quizá un perezoso a cargo del pegamento y la brocha,
que quiso deshacerse de ellos en cuanto llegaron a sus manos;
quizá fuera el destino y su oscuro sentido del humor
aliados con el frío y mi gripe
el que apilaba tanto cartel junto.
Bilbao se volvía marea rojiblanca
y hablaba de gestas y épica.
De triunfos, gladiadores conquistando la arena
y nombres que la historia guardaría.
Era tanta la emoción que nuestras gentiles autoridades
atusaban los aledaños de la catedral que acogería el mito
invitando amablemente a sus parásitos y moradores
a llevarse el cartón del vino y el de otros menesteres
lejos de allí, para no enturbiar la fiesta ni enfriar ánimos.
Dedicamos dos segundos de obligada piedad y decencia
insultando a aquellos guardias y hablando de valores y otras mentiras.
Farfullamos hasta que el vino hizo efecto y después nos olvidamos,
para apoyar a aquellos héroes que se jugaban el honor por nosotros.
Loable ciudad.

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