viernes, 9 de agosto de 2013

Fuegos

A medida que avanza, Agosto aprende nuevos trucos de trilero. Su preferido parece ése en el que turba juntando un sol que pica en la piel con un viento frío. Los paseantes se rascan incómodos, se quitan las chaquetas, se las vuelven a poner. Pero qué te voy a contar de trile y ambivalencias, princesita en el hielo, si eres maestra en dobles fondos y artificios. Quizá por eso, porque muy a mi pesar me he acostumbrado a tu espectáculo, empiezan a aburrirme los fuegos de fiestas. Una luz revienta el negro de la noche. Una chica me aprieta la mano. Es más guapa que tú. ¿Te lo puedes creer? Aún las fabrican... Sin tara ni doble fondo. Perfecta. Una luz revienta el negro de la noche. Una madre le dice a su hijo que los fuegos más bonitos son los más simétricos. Él le replica. Dice que los más redondos son aburridos. Prefiere aquellos que se desparraman en mil direcciones. Algunos parece que te pueden quemar. Eso es divertido.

martes, 21 de mayo de 2013

Sospecha

"No todos están vacíos",
y me mirabas,
me mirabas
tratando de abrir
en este erial de ideas
una ventana.

"Detrás de la sombra,
solo veo oscuridad.
Intuyo que hay una luz,
luz creadora           pero
Detrás de la sombra,
solo veo oscuridad",
y te miraba,
te miraba
haciéndote ver
que no hace falta luchar
para perder una guerra
si se habita en la trinchera
en la que sueñan los cobardes.

"Pero..."
Y enmudecías.
Hay hombres que dibujan
palabras posmodernas
y exudan silencio.
Otros, no.

"Pero..."
Y la adivinabas.
Estaba ahí,
también dentro de ti,
una música esquizoide,
un eco de sonrisas cuarteadas.

Bebiste agua en silencio.
El líquido apretaba tus labios.
El vidrio aguardaba tenso.
Hiciste un leve ruido al tragar,
pero ninguno de los gestos
que esperaban.

Estaba ahí,
también dentro de ti,
una música esquizoide,
un eco de sonrisas cuarteadas.

jueves, 9 de mayo de 2013

La vida se parece mucho a la lluvia

Las voces zarpaban hacia el mar y se adentraban en lo oscuro hasta desaparecer del todo. Las bombillas que colgaban de los cables se movían a merced del viento, como si la luz ensayara un baile privado. Bajo las bombillas, en aquel embarcadero que se abandonaba al mar, celebrábamos el final del verano, que se marchaba cansado y lánguido, con los días cortos y las noches destempladas que trae consigo el crepúsculo de Agosto.
Las parejas de aquel baile improvisado se dejaban arrastrar como pétalos que giran en remolinos de viento. Irradiaban juventud y prisa, y una ambición aún sin mácula que me deprimía tanto como a ella.
La vi alejarse hacia donde acababa aquel reducto de atemporalidad  y perderse entre los árboles, buscando quizá, contemplar con tranquilidad su sombra proyectándose en aquella tierra ya seca, muerta.
Supe que debía seguirla, y así lo hice, cuando se puso a llover. Recuerdo que pensé que la vida se parece mucho a la lluvia. Evoqué una escena conmovedora de mi niñez. Sacaba mi mano por la ventanilla y la veía mojarse. Estudiaba la trayectoria del agua. Contemplaba con paciencia cómo las gotas engordaban en la parte posterior de la mano hasta caer irremediablemente... La lluvia nos fascina cuando somos niños. Luego, crecemos y comprendemos que la lluvia es rutina, que siempre llueve de la misma forma, en la misma dirección y nunca pide permiso para caer sobre nosotros, empapando nuestros cabellos, haciendo más pesada y oscura nuestra ropa, calando nuestros huesos y el ánimo... La vida se parece mucho a la lluvia.
Supe que lloraba antes de encontrarla. Hablamos apenas: pronto nos quedamos en silencio. No nos conocíamos. No había puentes entre nosotros. Éramos tan sólo dos figuras cuyas sombras se ahogaban en la lluvia agorera de finales de Agosto.
Los jóvenes de la fiesta recogieron sus cosas y empezaron a correr precipitadamente entre risas, ebrios de vida y sexo. Las bombillas se apagaron tras un chasquido que sonó a ondear de banderas raídas, a vómito de luz del cielo que se sobrecarga en días de tormenta. Todo se quedó en oscuridad y se perdió, como las voces: Las guirnaldas, las botellas, los juegos.
Cuando todos se fueron reparé en que ella ya no estaba a mi lado. La encontré cerca, en un tímido promontorio que la lengua verde de tierra dibujaba antes de derramarse en el mar.
Volaba una cometa de fuego dándome la espalda. Su figura brillaba en la voracidad de la noche. Dibujaba bucles y giros, cabriolas imprudentes y movimientos inverosímiles con una destreza increíble. Le pregunté qué significaba aquel sueño y sin mirarme dijo:

La infancia muere.
Persigue un niño el hilo
De la cometa.

Yo la miré como deben de mirar el horizonte los marinos viejos, como mira la sangre el antiguo soldado. La vida se parece mucho a la lluvia, musité a la fría humedad de la noche.
Y algo ocurrió, algún círculo debió de cerrarse, porque la cometa estalló en mil lenguas de fuego y ella me besó con la furia con que las abejas liban el polen.

lunes, 6 de mayo de 2013

Desde el recodo

Fuiste la tristeza que detonó
mis mejores historias.
Por eso recuerdo tu rostro
como luz de alba,
rugir de motores,
olor a gasolina que preludia un viaje.
De los finales,
casi siempre tristes,
aprendí a esconderme
en mis trincheras de subterfugios.
No es verdad que lo importante
sea el camino, amor.
Tú me enseñaste
a ver el exceso de huellas,
el barro ensuciado por tantos pies,
la altivez del lobo que profana
la nieve virgen que cubre el almanaque
con su paso silente.
Me dijiste mil veces
que las certezas envejecen
y por eso te besaba con la torpeza
apasionada del inventor de excusas.
Siempre había algo mirándonos;
Eckleburg entre la niebla
esperaba el beso lento y la esquirla,
la duda hiriente y la mirada sostenida,
basculante entre el deseo y la ira,
que anuncia los finales.
Tenías razón, temía el vacío.
Y ahora que el mundo no amanece
en blanco y negro,
y ahora que ya no eres
Ilsa Lazlo ni un sueño por afinar,
ahora que me encuentro
absurdamente vivo
en el reflejo de los escaparates,
me veo allí,
en el mismo reflejo pero contigo,
y no me reconozco.
Fuiste la certeza que detonó
mis mejores historias,
la excusa perfecta
para alejarme un tiempo del camino.
¿Y a quién le importa el camino, amor?
¿A los que viajan o los que temen el viaje?
¿A los que viven o a los que sueñan estar vivos?
Qué bonito es verlo todo
desde el recodo.


jueves, 2 de mayo de 2013

De revoluciones domésticas

La felicidad es ambivalente. Atrae y genera rechazo al mismo tiempo. Quizá sea lo que Freud llamó pulsión de muerte, esa víbora que nos habita y en cada mordisco inocula el veneno que potencia nuestra sensación de vulnerabilidad, la certeza de que lo real es efímero.

Hay gente que nunca se lo plantea. Dichosos, son capaces de avanzar sin imaginar abismos ante sí. Pero lo mayoría tenemos esa intuición barojiana de que el destino es algo malévolo, o al menos lo suficientemente caprichoso para impedirnos confiar en su bondad.

Tendemos a pensar que nuestro Universo no es del tamaño justo. A algunos se les antoja inquietantemente grande, desolador, movido por pasiones oscuras, por terribles fuerzas animales. A otros, infinitamente pequeño, apenas una burda muestra de intereses mezquinos y previsibles.

Será cuestión de fé. Fé sin nombres, sin banderas, sin dogmas. Creer a pesar de ser esta una era vacía y escéptica. Creer no en Dios, ni en el hombre, ni en la nación, ni en la raza. Creer no en la razón, ni en las pasiones, ni en la duda. Creer quizá en el caos; al fin y al cabo no es más que una forma más de sistematizar las pocas certezas que nos quedan.Siempre tuve claro que crecer es renunciar a los sueños, y a las certezas. 

Quizá os pasara como a mí. Cuando era pequeño ansiaba crecer, lo anhelaba con todas las fuerzas, porque abrigaba la absoluta certeza de que en algún momento se me revelaría el Secreto. 

El Secreto era, por tratar de expresarlo de alguna forma, algo que los adultos compartían entre sí, una especie de amalgama de conocimientos que ayudaban a los hombres a comprender el mundo y actuar como actúan ante la mirada de un niño, con esa combinación bien calculada de entereza y anticipación que cobija la indefensión de los niños, y en cierto sentido también humilla su ingenuidad.

Después uno crece y a medida que explora la Duda encuentra más y más recovecos, pasajes oscuros, escaleras que suben a lugares recónditos, pasillos interminables que se pierden en la noche, habitaciones que se multiplican y convierten la búsqueda en una empresa imposible. Busca, pero nadie le revela el Secreto.

Una vez leí algo curioso sobre los girasoles. En contra de lo que se cree, los girasoles no siempre giran alrededor del Sol. Eso es algo propio únicamente de los más jóvenes. Cuando las plantas envejecen dejan de girar y se limitan a mirar invariablemente hacia el Este. El Sol nunca defrauda sus previsiones pragmáticas.

Pero algo hay de bello en girar, ¿verdad? Algo de romántico hay en eso de apurar cada instante que el día les concede para tratar de robar toda la cantidad de luz posible...

Hay hombres que pronto comprenden que girar en torno a sí mismos no merece la pena. Saben por dónde saldrá el Sol al día siguiente. Algunos creen incluso saber por qué lo hará. Afortunadamente, no todas las certezas son tan inamovibles.

Hay certezas que tiñen el mundo de desigualdad, que lo convierten en una balanza que siempre bascula desequilibrada. Hay certezas que matan de hambre y dejan familias sin hogar, que sesgan derechos y mutilan libertades. Hay certezas que ciegan los ojos e impiden ver el drama doméstico señalando el ajeno.

Hay certezas que impiden el movimiento. Quizá haga falta girar para que la perspectiva cambie. Quizá entender que no hay certeza sin grietas, ni duda que no acepte una propuesta para ser resuelta.

Quizá exista una leyenda que narre que el Sol cambió su órbita cuando todos los girasoles miraron hacia  el Oeste. O quizá haya que inventarla.

domingo, 28 de abril de 2013

Anoche encontraron su cuerpo

Hubo una vez un hombre
que cometió la imprudencia de amarte.

Temblando ante tu rostro,
osario de emociones,
su risa fue a morir a la ensenada.

Devastado, ciego, ausente de sí,
amuebló una tormenta,
habitó sus esquinas,
no entendió que su risa
era la esquirla del dolor.

Nadie nunca leería su misiva,
ensayada impostura
cincelada en sus gestos.

Nadie nunca encontraría la historia
que no zarpó de sus labios.

El deseo es el barco
o la marea baja.
La playa, vespertina,
custodia sus secretos.

El cuerpo estaba frío,
la muerte ya lejana,
consumada entre las olas la historia.

Finales que preceden oberturas.
Y tú, aún en tu isla,
quebrando con tus dedos el recuerdo.

martes, 16 de abril de 2013

Mapas de ti

En tus ausencias repentinas,
en esos días
en que conviertes un hombre
en una sala de espera
y un aeropuerto
en un paréntesis que se abre,
a veces te invoco
componiendo mapas de ti.
Entonces reúno marcas que prueban
que una vez habitaste esta casa.
Labios de carmín en tazas que besaste,
algodones teñidos con tu maquillaje,
huellas dactilares en poesías,
(en tus ausencias repentinas
súbitamente te perdono
que leas mis libros mientras comes).
Una vez reunidas las pruebas
me entretengo pensando en formas
de inventarte.
Después las nubes te devuelven
y el paréntesis se cierra;
ya no requiero de tus mapas.
Pero por si acaso, quién sabe,
guardo todas las pistas.
Una vez soñé que te buscaba
y no podía encontrarte.
Te vas a reír,
pero en el sueño no tenía mapas.

Silencio



Mientras hilas con los dedos
mi deseo y las horas,
y conviertes lo que era mi cuerpo
en un pabilo en un mar de fuego,
y la persiana se dilata,
retorciéndose quejumbrosa,
y de afuera llega un rumor infantil,
voces ahogadas, gritos sumergidos,
música cansada de juegos,
y Agosto se derrama en las calles
como agua bendita sobre la culpa de algunos,
yo trato de escuchar ese silencio
cuya existencia niegas.
Quizá el silencio sea tu susurro en mi oído
-¿lo has pensado?-,
esa nociva facultad tuya de hacer
que me olvide del ruido y de mí mismo.

Aquel verano

Aquel verano fuimos alguna vez
Una marea fría atravesando
las aguas cálidas del Mediterráneo
y también
el ánimo de los bañistas
Un grito a cargo de una ambulancia
que quiebra brevemente el sueño
de un hombre corriente si suda el estío
Un resplandor rasgando el calor
contenido en la espera de la tormenta
Una voz que suena a cientos de millas
mintiendo un te echo de menos
Un escalofrío si el viento lame
 la gota de tedio que desciende del cuello
Un grito y un llanto de niño consentido
o la voz desesperada y aguda de su padre
Un estrépito de risas y copas que chocan
y de juegos e historias en el bar vecino
Un rumor recóndito pero entrometido
de una avioneta que nos sobrevuela
Un eco de disparos de una pelota contra un frontón
o de un frontón contra una pelota
Un ladrido en la noche
Un ulular que habla en la duermevela
Fuimos en fin todo aquello que obliga
a los olvidados de sí mismos
a dar la vuelta al rostro
Mereció la pena

sábado, 16 de febrero de 2013

Grito

Todas las palabras son embrión en el silencio
y cuando el silencio se densa, la palabra es grito.
Aquí, en la plaza, el grito desgarra.
La luz, desahuciada, se echa a las calles.
Lo recuerdo bien. Siempre decías
que la angustia rema a la deriva
entre las orillas del pasado y el cambio.
A mi me parecía ver en tus palabras
una marea iracunda y caótica,
un remolino de ceguera e impunidad.
Los marinos luchaban ya
con el gusto anticipado de la sal.
El cielo, desde lejos,
lloraba apartado por la tormenta.
Y de pronto, Tierra a la vista, Futuro.
Algunos ya lo sabíamos.
Que todas las palabras son embrión en el silencio
Que cuando el silencio se densa, la palabra es grito.

domingo, 10 de febrero de 2013

Hija de Eris

Era la suya, lo reconozco,
una locura bien ensamblada.
No era fácil
intuirla.
A veces se asomaba
por sus ojos,
nebulosa.
A veces se abrazaba
a sus palabras,
incongruente.
He vivido tanto tiempo
enamorado del dolor
de la locura
que me avine a temerla.
A pesar de todo,
su locura,
seductora y terrible,
atractiva y punzante,
acabó siendo
la llave de mi celda.

martes, 29 de enero de 2013

Magia cotidiana

Era la mía una sonrisa humilde.

Apenas veía tu mano
errar imprecisa
tanteando las anillas que colgaban
del techo del autobús.

Apenas tu mano,
levantando su vuelo
entre un baile de cabezas,
temeraria,
dibujando en las alturas
cabriolas imprudentes.

Me pareció ver en aquella
paloma suicida
la misma pureza extrapolada de ti misma,
locura a duras penas encauzada.

Pero nadie se giró.
Nacía una flor,
el día ensayaba un amanecer
y tu mano retaba a la lógica,
pero los pasajeros dormitaban
ajenos a la magia cotidiana.

Reproches

Decías todo el mundo se equivoca
con la sutil impertinencia
del que cree que la vida
es un poema no reescribible.
Yo me quedé un rato
columpiándome en la coma
que dejaste caer para tomar aire,
cavando una trinchera
en la que defenderme
de tu siguiente acometida.
No deberías ser tan crítico,
y levantaste las cejas,
curiosidad fingida del canalla
que muestra un espejo
al enfermo terminal.
¿Te reconoces?,
dijo la sombra que te habita.

sábado, 26 de enero de 2013

No es un poema

No es un poema por oscilar
o encerrar la verdad en un búnquer.

El arte lo crean las manos,
no se desata en círculos de improvisación
o casualidad.

No es un poema si llama beso al beso,
si llama al amor música,
si llama magia al secreto.

No es un poema
si no afila la semiótica,
si no apura el espacio
y ensarta el ánimo del lector.

Que pidan clemencia al leer,
que sufran su desnudez,
su secreto nunca más íntimo,
su verdad nunca más propia.

No es poema
si no es un espejo.

domingo, 20 de enero de 2013

Escéptico

Hablabas de la magia
como si pudieras sostenerla entre los dedos.
Una realidad huidiza,
un animal extraño
que insólitamente
aparecía de noche en tu carretera.
Hablabas de bruma y ciegos,
y yo asentía con una complicidad fingida.

Es una mala costumbre fraguar las metáforas.
Asimilarlas a mi caótica percepción.
Pero no pude evitar ser entonces
un ciervo en una vía poco transitada
a punto de ser golpeado por tu misticismo.

Hablabas de la magia
como si pudieras sostenerla entre los dedos
y yo miraba tus manos con atención.
Tan normales,
tan mundanas.

miércoles, 16 de enero de 2013

Gris

Ya no lo recuerdas
pero yo siempre di la cara por ti.
Discutí con un sol 
cansado de tus eclipses.
Amainé la tormenta
celosa del gris de tu iris.
Te disculpé 
frente a un arco iris enojado
que creyó suyo
el cromatismo de tu risa.
Pero al fin
me cansé de luchar con mi mundo.
Y ahora que me rindo
y aprendo a olvidarte
me despierta como ayer un sol
enojado por tu pulso airado.
Le entiendo. Estás radiante.
Pero ya no eres mi lucha.
Creo que me acostumbré a la sombra.
Que aprendí que el gris de mi vida
es más benévolo que el de tu mirada.

lunes, 14 de enero de 2013

Los girasoles

Aún no sabíamos qué significaba adaptarse.
Quizás por eso creíamos ser dioses
jugando con la inocencia de los girasoles jóvenes.
Recuerdo bien tu sonrisa
cuando te enseñé a ser, en la noche,
la reina de un baile en un mar amarillo.
Solo te hacía falta una linterna
para que el campo entero se diese la vuelta.
Yo creía ver sonrisas despertando, enamoradas,
en las flores.
Quizá aún no sabía qué significaba adaptarse,
ni llegaba a intuir que los caminantes a Santiago
solían dibujar caras entre las pipas.
Quizá, cachorro soñador,
prefería pensar que aquellas muecas eran
nostalgia insinuada de la noche,
y no una realidad sin luz.

Los girasoles crecieron, como nosotros,
y se resignaron a mirar inevitablemente al este,
sin hacer caso a tu baile, otrora más jovial,
igual de puro,
esperando a que saliera el sol.

Y nosotros crecimos, como los girasoles,
y dejamos de ver en aquellas sonrisas apagadas
la nostalgia insinuada de la noche.

domingo, 6 de enero de 2013

Perdónenme ustedes

Perdónenme ustedes,
ya habrán llegado a intuir
por mi acento y maneras
que me hallo muy lejos
de los círculos que frecuentan.
No querría molestarles,
pero estoy seguro,
gentilhombres,
de que su sapiencia
habrá de mitigar
esta duda que me quita el sueño.
Resulta que yo,
que soy y siempre he sido pobre,
guardaba en un cajón
las pocas reliquias
que una vida humilde
deparan a un buen hombre.
Apilados estaban
el recuerdo de la voz de mi madre,
la frescura de la huerta
cuando amanece,
una genética poco propensa a la calvicie,
un reúma condescendiente,
la cabezonería de familia,
que a veces, no siempre,
no es del todo mala,
el buen hacer con los animales
y los niños,
la prudencia en lo económico,
el coraje en lo amoroso,
y el buen perder.
Tenía un sitio especial
para aquello que ustedes
me regalaron hace treinta años.
Lo llamaron soberanía,
y yo, que no fui mucho a la escuela,
seguí su consejo de ponerla a buen recaudo.
Pero ahora cada vez que hago recuento,
no aparece por ningún lado,
y en su lugar sólo encuentro
voces que hablan de nuevos tiempos y mercados.
El caso es que no sé
si preocuparme o no darle más vueltas.
Quizá ustedes,
con su sapiencia,
sepan darme respuesta.

Lo peor para el amante

Lo peor para el amante
era ver frecuentemente fotos de ella.
La veía constantemente en revistas
y almanaques.
Su sonrisa le asaltaba desde el opi
si él hacía tiempo esperando
el autobús destino olvido.
A veces, y esto es lo peor,
no aparecía sola.
A veces, escoltada
por un tipo menos vulnerable
y, a todas luces,
más inteligente,
su sonrisa era más amplia,
eco ampliado de un sonrisa añeja.

Sorprendentemente, un día
el amante se vio sonriendo al mirar
la sonrisa impresa de ella.
Entonces, consciente de pronto
de una felicidad eventual
ocasionada por la felicidad ajena,
se reconcilió con los espejos.

La chica de Wilt

Yo que siempre he sabido
que la literatura es la hermana guapa
de la vida,
entendí pronto
que la semiótica es una farsa.
Por eso cuando conocí
a la chica de los crucigramas
- al principio la llamaba así
cuando me hablaba a mí mismo de ella;
después, cuando la ví
carcajear abrazada al Wilt de Sharpe,
fue cuando la rebauticé-,
intuí con tristeza,
que a pesar de que su mirada gris vuelo
me conmocionara,
nunca escribiríamos una historia juntos.
Decía Chéjov
que cuando una pistola aparece en escena
tarde o temprano será disparada.
Pero yo, que siempre he sabido
que la literatura es la hermana guapa
de la vida,
entendí pronto
que aquella pistola
no estaba cargada.