lunes, 14 de enero de 2013

Los girasoles

Aún no sabíamos qué significaba adaptarse.
Quizás por eso creíamos ser dioses
jugando con la inocencia de los girasoles jóvenes.
Recuerdo bien tu sonrisa
cuando te enseñé a ser, en la noche,
la reina de un baile en un mar amarillo.
Solo te hacía falta una linterna
para que el campo entero se diese la vuelta.
Yo creía ver sonrisas despertando, enamoradas,
en las flores.
Quizá aún no sabía qué significaba adaptarse,
ni llegaba a intuir que los caminantes a Santiago
solían dibujar caras entre las pipas.
Quizá, cachorro soñador,
prefería pensar que aquellas muecas eran
nostalgia insinuada de la noche,
y no una realidad sin luz.

Los girasoles crecieron, como nosotros,
y se resignaron a mirar inevitablemente al este,
sin hacer caso a tu baile, otrora más jovial,
igual de puro,
esperando a que saliera el sol.

Y nosotros crecimos, como los girasoles,
y dejamos de ver en aquellas sonrisas apagadas
la nostalgia insinuada de la noche.

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