Hablabas de la magia
como si pudieras sostenerla entre los dedos.
Una realidad huidiza,
un animal extraño
que insólitamente
aparecía de noche en tu carretera.
Hablabas de bruma y ciegos,
y yo asentía con una complicidad fingida.
Es una mala costumbre fraguar las metáforas.
Asimilarlas a mi caótica percepción.
Pero no pude evitar ser entonces
un ciervo en una vía poco transitada
a punto de ser golpeado por tu misticismo.
Hablabas de la magia
como si pudieras sostenerla entre los dedos
y yo miraba tus manos con atención.
Tan normales,
tan mundanas.
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