domingo, 6 de enero de 2013

Perdónenme ustedes

Perdónenme ustedes,
ya habrán llegado a intuir
por mi acento y maneras
que me hallo muy lejos
de los círculos que frecuentan.
No querría molestarles,
pero estoy seguro,
gentilhombres,
de que su sapiencia
habrá de mitigar
esta duda que me quita el sueño.
Resulta que yo,
que soy y siempre he sido pobre,
guardaba en un cajón
las pocas reliquias
que una vida humilde
deparan a un buen hombre.
Apilados estaban
el recuerdo de la voz de mi madre,
la frescura de la huerta
cuando amanece,
una genética poco propensa a la calvicie,
un reúma condescendiente,
la cabezonería de familia,
que a veces, no siempre,
no es del todo mala,
el buen hacer con los animales
y los niños,
la prudencia en lo económico,
el coraje en lo amoroso,
y el buen perder.
Tenía un sitio especial
para aquello que ustedes
me regalaron hace treinta años.
Lo llamaron soberanía,
y yo, que no fui mucho a la escuela,
seguí su consejo de ponerla a buen recaudo.
Pero ahora cada vez que hago recuento,
no aparece por ningún lado,
y en su lugar sólo encuentro
voces que hablan de nuevos tiempos y mercados.
El caso es que no sé
si preocuparme o no darle más vueltas.
Quizá ustedes,
con su sapiencia,
sepan darme respuesta.

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