martes, 31 de mayo de 2011

Fin de curso ( El discurso final)

Me piden escribir uno de esos tediosos discursos sentimentalistas, una letanía de anécdotas y recuerdos que eche el cierre a 15 años de colegio.
Desgraciadamente me veo obligado a escribir con cierto aire meloso, no puedo evitar que mis líneas se perfumen de nostalgia.
Y me imagino todo lo que escribieron los que me precedieron, su pretensión de conseguir emocionar a compañeros y profesores. Y no me siento a la altura.
¿Cómo estarlo? ¿Cómo se resumen 15 años? ¿Qué maravillas debería reunir el papel para abordarlo todo?
Quince años son profesores que van y vienen, que enseñan en el plano académico y personal, dejan su huella y después, se pierden en el tiempo. Compañeros, amigos que ya no están con nosotros o se irán pronto, y otros que aún nos acompañarán un largo tramo.

Y es que lo que comienza ahora es nuestra vida. La nuestra. La vida en la que, protagonistas y responsables de nuestras decisiones, empezamos a dibujar el trazo de lo que queremos ser, bocetamos adónde queremos llegar.
Nuestras decisiones nunca más estarán al amparo de otros. Echaré de menos esa sensación de protección. La certeza de que a pesar de lo incorrecto de mi elección, haya siempre alguien supervisando. La seguridad de que ningún error es definitivo.

Echaré de menos también las rutinas. Probablemente extrañe más a las que menos importancia doy. Escribiendo se me ocurren los bostezos de mis compañeros por las mañanas, la vista de Bilbao cuando el día está claro, y también cuando la niebla no deja ver nada. Los cabreos de Josemi, y la forma en que después se disculpa arrepentido, la paciencia de Blanca, la forma en que Inmaculada murmura huraña pero divertida que no damos un palo al agua, el humor inglés de Andrés, las collejas de Teresa y la profesionalidad con la que se encarga de que no haya testigos . Extrañaré a todos y cada uno de los profesores que hoy están aquí.
Extrañaré a los que se fueron.

Supongo que cuando me vaya daré al tiempo la importancia que se merece; el invierno que pasamos esperando el verano, y el verano en el que extrañamos la lluvia. La suave sucesión de acontecimientos que parece que nunca acaba en el colegio.
Sin embargo, ninguna rutina es definitiva; pronto abandonaremos el nido y dejaremos un montón de vivencias atrás, algunas de las cuales apenas recordamos, pero que han ido conformando lo que hoy en día somos, la semilla de lo que seremos. Temo no encontrar el lugar, -temo que mi verdadero lugar sea éste - , pero por lo menos tengo la certeza de que aquellos que ahora ansían irse (o eso dicen, yo no me lo creo), echarán aún más de menos aquellos pequeños detalles. Quizá los detalles que ellos elijan sean diferentes. Pero seguro que al echar la vista atrás se emocionan y sus ojos se anegan de lágrimas como ocurre con los míos.

A pesar de la nostalgia, mientras comience a andar, aun extrañando esto, me sentiré feliz por el poso de sentimientos y enseñanzas que me quedan. Por los recuerdos que me acompañan. Por la amistad consolidada, por el amor que entró en nuestras vidas y amenaza con no abandonarlas.

Sin lugar a dudas, podré decir orgulloso, con el pecho henchido y la voz grave que pertenecí a la gran familia de Jesús-María ( No, esto último es broma pero había cogido mucha carrerilla)
Eso sí, si de algo puedo estar seguro, es que cuando me reúna con mis compañeros dentro de un par de años, me podré reír de todos los hombretones y hombretonas - que diría Aído -, (aquí estoy haciendo una intertextualización de Reverte para que sonría Begoña), sigo, me podré reír de todos aquellos que ahora dicen no echar de menos el colegio y estarán lloriqueando soñando con volver.

Pues eso, si todo esto es tan sólo una porción de lo que para mí supone el adiós, ¿cómo escribir lo que supone para 31 personas? ¿Entendéis por qué no me siento a la altura?

lunes, 30 de mayo de 2011

Atentamente...

Cupido,
Afrodita,
Venus,
Eros,
Kāmadeva:
Tengo a bien escribiros
estas líneas para alertaros
de una situación,
que si bien común,
por lo carente de sentimientos
no me gustaría se convirtiese en rutina.

Resulta que veo en torno a mí parejas
que se besan con furia,
más como castigo que con sentimiento,
resulta que veo
frases preparadas
risas como riffs ensayadas
de antemano,
suspiros falsos,
"Te quiero"´s tempranos
que bailan en la boca de amantes
dedicados a diferentes personas.

Resulta que veo a parejas de la mano
pensando más en sí mismos
que en el roce,
pensando más en la factura del gas,
en la película de anoche,
en esa cita del médico,
o en el partido del Barça
que en el alma de aquel
al que consuelan, sus ojos
bañados en lágrimas.

Y pienso que si pudierais
mandarme por correo urgente,
en cohete,
estrella fugaz,
cometa
o fax,
una chica a la que poder amar
y me ame,
podría ser yo-nosotros-
quienes instruyéramos
a aquellos comerciantes de besos,
trovadores de mentiras,
y convencerlos de que aquello
que publicitan no es amor,
y procurar que lo vean
como una fuente de vida.

sábado, 28 de mayo de 2011

La paz que nos impusieron

Un aire que huele a limpio
acaricia la conciencia de los jóvenes
como lo haría la brisa en primavera
con el cerezo en flor.

Y alarmados y consecuentes con su realidad
tapan la calle, persiguen utopías,
escriben, dialogan, reclaman
lo que la teoría les concede,
lo que la realidad les quita.

Los medios, asustados,
tejen conspiraciones,
amalgamas quijotescas
que retengan a mayores en sus casas,
olvidando Mayo del 68,
olvidando todo aquello
que sufrieron y lucharon
y que hoy se plasma en nada.

Burocracias imposibles,
democracias otorgadas
a fines afines
a delfines del sector
inmobiliario
que rumian para que la revolución
no salpique sus negocios.

Herederos de un testigo que no recuerdan,
muchachos manchados en sangre,
miradas mojadas en paz y
corazones manchados de coraje
plantan cara a hordas uniformadas
que tratan de restablecer
la paz que nos impusieron.

Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica

Envuelta en unas hojas de bloc

- Ten la estrella que cayó para ti envuelta en unas hojas de bloc, no tuve otra manera de huir...
-¿Qué cantas?
-Nada.
-¿Sabes? Creo que tu gran problema es que no puedes estar ni siquiera una hora sin pensar en ella.
-¿Sabes? No creo que ni siquiera pueda llamarse problema al hecho de que no pueda estar sin sonreír más de una hora.

lunes, 23 de mayo de 2011

Paraclausithyron

Si he de cantarte,
si he de hablar al vasto silencio.
Si el murmullo quedo de mi puño
en tu puerta, de mi voz en tu alma,
es en vano,
¿Por qué? ¿Por qué sigues de pie
sin regalarme tu adiós,
sin exigir tu fragancia de regreso?

Si el amor es cosa del pasado
y el presente un presagio de la muerte,
si morir he de hacer en tus brazos,
¿Por qué? ¿Por qué no asumes
que en esta infinitud nuestros cuerpos
anhelan encajarse?

¿A qué tu virtud?¿A qué tus esfuerzos por mostrármela
si ya no quieres ahogarte en mis besos
si ya no sueñas con perdernos en la nada
y debatir con el tiempo?

¿A qué tu altivez, tu socarrona sonrisa?
¿Donde está el nepenthe
que idolatraban los griegos?

domingo, 22 de mayo de 2011

Tiempo

Sentado a la orilla,
miro el río de mi vida.
Temo los rápidos,
los remolinos en los que
no puedo aferrarme a nada.
Los días grises que
omitimos en nuestras historias.
Las noches en silencio y soledad.
Las lecturas valdías,
los remordimientos,
verme más alto,
mayor, sentir que el tiempo
inexorable
incuestionable
impersonal
se escurre entre mis dedos.
El espejo a veces se ríe
con sorna.
¿Merece la pena?

viernes, 20 de mayo de 2011

Entre tu cuerpo y el mío

Me voy y no prometo volver.
Me voy porque busco algo.
Algo acaso imposible,
cuanto menos improbable.
Algo alcanzable por
unos pocos dichosos.
Algo efímero y eterno,
algo límpido y malévolo
Un trémolo de tu risa.
Un destello en tu pupila.
Una pupila que se clave en la mía
y descorche a Becquer.
Y lo bebamos juntos,
como si el cielo se apagase hoy,
las luces murieran,
la ciudad se derrumbase 
con tus suspiros.
Como si nada,
como si nadie importara.
Nada existe aparte
de esta dimensión
que todo lo abarca
que todo lo mueve,
entre tu cuerpo y el mío.

jueves, 19 de mayo de 2011

Entre nostros

Ya conocéis mil historias de Judas, dagas en la espalda y simulacros
Os ahorrare la mía


Nos reímos del honor y luego nos sorprendemos de encontrar traidores entre nosotros.
Enviar frase

domingo, 15 de mayo de 2011

I. Miguel

Un corazón es como una fruta. En ocasiones lo creemos podrido, inservible y, sin embargo, basta con quitar la parte negra para que, de nuevo, lata con fuerza.
El corazón de Miguel era inservible, o eso creía. Hacía tiempo que dormía demasiado. La tristeza y los problemas de conciencia no siempre están conectados. A él no le costaba dormir. Si acaso, maldecía cuando debía dejar de hacerlo. De hecho, despertar cada día era un castigo. Aborrecía abandonar el mundo de ficción que construía en sueños.

 Aquella mañana el despertador no le concedió la tan ansiada tregua y volvió a martillear en su sueño. Aquella mañana, ni siquiera la luz que se deslizaba por los agujeros de las persianas consiguió hacer efecto en su estado de ánimo. Ni el olor a bacon friéndose que subía por las escaleras logró que se levantara sin maldecir.
Buscó las zapatillas pero no estaban.
- Maldito perro.

 Desde que el anterior había muerto, la casa parecía sufrir la ausencia de algún elemento que le aportara movimiento y que suavizara la evidente apatía en la que estaban inmersos los cuatro hermanos. Pero un maldito Yorkshire no era lo mismo que Bull. Miguel y aquel Gran Danés habían compartido todo, habían crecido juntos. En su habitación se mezclaban las fotos del equipo de basket infantil con las de Bull. Solo había dos enmarcadas: En una aparecía con apenas un año, con un cachorro sobre las piernitas, sonriendo a la cámara.
En la otra, apenas algunos meses mayor, se desternillaba en brazos de su padre.
La muerte de Bull precedió a la del padre. Ese fue el golpe que desestabilizó a la familia...
Ahora su madre parecía pensar que con el recién adquirido Yorkshire, Tula, podrían rellenar ese vacío. Todos los hermanos mostraban una sonrisa empapada en sorna y  tristeza cada vez que lo hablaban.

Mientras se duchaba, Miguel divagaba en sus pensamientos de siempre. Pensaba mucho en su padre y en aquel accidente de coche que se lo llevó. Nunca se planteó lo mucho que cambiaría su vida tras su marcha. Nunca pensó que echaría tanto de menos visitarle mientras trabajaba.

Aún recordaba el olor de la tienda de animales. Un par de gatos, los del padre de Miguel, se dedicaban a deambular por la tienda con sus andares torpes. Miguel pensaba que aquellos persas pesaban más de lo normal. Siempre les tuvo miedo. No le gustaban sus enormes ojos. Parecía que lo vigilaban. Odiaba esa sensación.
La tienda era famosa por sus pájaros. Reunía una fantástica colección de jaulas, muchas de ellas antiquísimas, de una madera muy valiosa. Su padre se afanaba en mantener limpias de excrementos las pajareras, que, aún no estando en venta, encerraban una colección aún más impresionante de periquitos, canarios, loros, cotorras y toda clase de pequeñas aves de exóticos colores.
Hacía tiempo que no la visitaba. Su madre decidió traspasarla tras la muerte del padre, pero fue imposible venderla, así que ahora estaba alquilada a una familia marroquí. Sobrevivía a duras penas,


Algún día la tienda sería suya. Era el último de los hermanos. Pronto cumpliría la mayoría de edad y se daba por hecho que sería el "afortunado" que continuaría con la tradición familiar. Dos de sus hermanos mayores estudiaban Derecho y el otro Historia en la Universidad Pública Vasca.
Parecía lógico que él, desentendido de los estudios pero inteligente y emprendedor, se encargara de la tienda e impidiera que la crisis económica se la llevara por delante cuando los marroquíes no pudieran hacerse cargo con el alquiler, cosa que sucedería pronto si teniendo en cuenta la escasa afluencia de gente.
Miguel sabía que se merecía una vida mejor. Si no mejor, por lo menos merecía una vida propia. Nunca pensó si trabajar en la tienda le agradaría o no. Lo que le molestaba era no tener la oportunidad de labrarse su propio futuro. Le molestaba que todos dieran por hecho que seguiría los pasos de su padre y de su abuelo.
Le fastidiaba que nadie le preguntara por sus sueños, que parecían solo accesibles a sus hermanos. Además, ellos sólo soñaban con hermosas chicas y flamantes deportivos.
Sobre la moral de sus hermanos mejor no hablar. Los gemelos meterían al premio Nobel de la paz en la cárcel por un traje nuevo.
Bien pensado, quizá eso ayudara a ser un buen abogado. La falta de escrúpulos, la ausencia total de valores. Desentenderse de la justicia y ganar el caso. La moral para los jueces.
Siendo justos, para Miguel, Ricar, el tercero de los hermanos, era la antítesis de los dos mayores. Retraído y silencioso, pasaba los días leyendo y estudiando. Casi no salía, no tenía muchos amigos.  Miguel le tenía mucho cariño. Le gustaba tratar con personas inteligentes, y aunque Ricar no lo fuera en absoluto (Miguel odiaba a aquellos que pensaban que alguien estudioso era por naturaleza inteligente o al revés), le parecía un chico noble y sincero. Tenía un gran corazón. Lástima que siempre estuviera borracho de sueños.

Miguel también tenía sueños, aunque nadie le preguntase por ellos. Le encantaba la fotografía. Un día le explicó a su mejor amigo, Pablo, que pocas veces había sentido sensaciones tan fuertes como aquel día que leyó una entrevista antigua de Lewis Hine, un fotógrafo concienciado con los problemas sociales. Decía que no necesitaría una cámara de fotos si fuese capaz de relatar con palabras todo lo que vivía a diario. Ser fotógrafo es saber sentir y hacer sentir, retratar sentimientos, emociones, trascender a la mirada superficial con la que acostumbramos a percibir las cosas. Un fotógrafo no es aquel que conoce los secretos más ínfimos de su cámara. Un fotógrafo, y Miguel se incluía en ese pequeño grupo de personas, es una persona que se emociona con los cambios de luz, que tiene ángulos en la cabeza, que ve en las cosas cotidianas su potencia para ser imágenes.
Suspiraba en las clases de Lengua, en las que el profesor no se cansaba de repetir que la vocación no existía. Le molestaba que la gente avanzara según la necesidad de sobrevivir, y no  buscaran la felicidad. Odiaba a aquellos que preferían tener poder adquisitivo y estabilidad, aun viviendo una vida vacía, a luchar por sus sueños asumiendo el riesgo de que el cristal de sus fantasías quebrara.
Pero hay algo que observaba tanto en la tienda de su padre como fuera. En todas partes hay pájaros resignados a vivir en su jaula.
Para Miguel, la vida era una enorme pajarera. Sentía vértigo pensando que estaba condicionado por un destino travieso. Soñaba a menudo con que, siendo pájaro, lograba escapar de una de las jaulas pero se rompía las alas contra un cristal creyendo que las ventanas estaban abiertas. Siempre despertaba cubierto de sudor y jadeando.
Escapar. Aquella era su meta. Escapar de todo y de todos. Burlar aquel destino que se afanaba en limpiar las ventanas, como antes lo hacía su padre, para que los pájaros ingenuos como él las creyeran abiertas.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Paredes invisibles

Adrenalina en camas separadas.
Susurros ahogados. Un buenas noches
que se pierde en la negrura.
Y tu aliento, que baila sobre mi almohada.

Mi voz varada en tu mesilla.
Nos separa la distancia.
Nos acercan los anhelos
y este silencio infinito.

Cada segundo que dedico
a mis universos ficticios
es una lágrima ahorrada.
Una sonrisa arrancada al mundo.
Pues no hay mundo más real
que el de los sueños,
ni sueño más recurrente
que en el que habitan tus besos,
ni besos tan palpables como los que
me das mientras duermo.

Pues no hay instrumento ideado
que reduzca el deseo
de que mi voz vuelva conmigo
y tú recuperes tu aliento
y fundamos nuestras camas y besos soñados
en un abrazo de ensueño.

Enséñame a besar
y no saques la lengua.
Me distancié del tiempo;
tardaba demasiado en traerte de regreso.

La Duda

Ortega y Gasset afirma que la duda es la anulación de nuestra propia existencia.
De algún modo es cierto, ya que la duda cuestiona la veracidad de las creencias, pensamientos tan inherentes al ser humano que podrían considerarse parte del mismo.
Por contra, la duda puede también ser la plataforma, el punto de partida desde donde se inicie el proceso de búsqueda de la verdad.
Según Descartes, la duda era el primer estadio, el factor que nos obligaba a cuestionarnos y buscar respuestas.

En mi opinión, la duda, en lugar de anular nuestra existencia, la reafirma.
El ser humano se caracteriza por su necesidad de buscar respuestas, de desentrañar los mecanismos que rigen el cosmos.
Tanto es así que los principales descubrimientos que han permitido y potenciado la evolución del hombre deben su existencia a la curiosidad del mismo.
Por poner un ejemplo. La teoría de la relatividad y la física cuántica, corrientes que reúnen los postulados que rigen la ciencia de nuestros días, no habrían existido si un buen día un hombre llamado Einstein no se hubiera preguntado cómo podría percibirse la trayectoria de un móvil a la velocidad de la luz.

La propia duda es luz. La luz que deja entrever la pluralidad de ideas que el ser humano encierra.
La luz que enfoca el proceso de cuestionamiento y engendra una proposición veraz.
En definitiva, la luz que alumbra la verdad. Porque la duda, al final es eso: el trampolín del que se valen las ideas para consumarse en verdades

martes, 10 de mayo de 2011

De pájaros y cristales

¿Por qué limpia tan bien las ventanas?
Cada vez que lo hace el pájaro-maldito idiota- piensa que es libre, que puede volar.
Y son ya demasiadas las veces que ha chocado contra el cristal

domingo, 8 de mayo de 2011

viernes, 6 de mayo de 2011

Sinestesia

Hoy es sueño bisiesto y tu nombre resuena
en cada esquina, en cada vértice del círculo
que conforma mi risa.

Hoy es rutina novedosa tu abrazo intenso,
tu sonrisa cómplice, tu amor renovado,
Tu soul pulido baila con tu ego. Ego humilde.

Gafas de sol ¿No es Viernes? Enloqueces, furia de verano.
Música, festivales, sol. La espalda enrojecida.
Brillo en la mirada, vacaciones. Huele a mar. ¿Lo sientes?

Caminas, me gusta tu ritmo reggae. Convulsionas en cada paso.
La música te instruye, te briza el pelo. Me gustas de frente, de canto,
a oscuras, con luz, teñida de verde.

Una viuda vende suspiros en el callejón de atrás.
Ayer traté de ponerlos en hora pero sus manecillas
estaban hartas. "¡Déjanos descansar!" ¡Memento vivere!

Juegos de palabras, malabares de sentimientos.
Somos alucinantes. No valemos una mierda pero, vaya,
nos hacen grandes al juntarnos.

Róbame el abrigo y cómprame tormentas.
Hazme sangrar de vida.
Sinestesia es hacerte sentir, letra a nota,
palabra por sonido, un sínfin de emociones.

¿Y tú me lo preguntas?

¿Cómo habría de gustarte la poesía?
Siempre te faltó amor propio.

martes, 3 de mayo de 2011

Carta a Patricia (III)

Habríamos de pasar un verano maravilloso antes del adiós. Para mí fue un jarro de agua fría, una ducha de realidad, la quema de rastrojos que suponen las fantasías en mi mente.
Dijiste, sin inmutarte, que quizá sería mejor que no nos viéramos nunca más, por eso de que íbamos a vivir lejos el uno del otro, "y ya sabes, Pablo, las relaciones a distancia nunca resultan".
Seguiste hablando alrededor de una hora , y qué decir, no pude rebatir ni una sola de tus palabras. Es cierto que dije un montón de idioteces y dudé de todo, pero no es que no te creyera.
Lo que no podía creer era el tono monocorde de tu voz, la aparente tranquilidad con la que tejías las palabras. Yo giraba la cabeza temiendo que vieras mis ojos anegados en lágrimas y apenas lograba, muy de vez en cuando, articular un par de palabras con voz temblorosa.
Fuiste la luz, el renacer. Así fue como empecé esta carta. Pero todo lo que nace muere, y yo morí en tu adiós.
Dice Lope de Vega que el amor tiene fácil la entrada y difícil la salida.
Tu amor, de hecho, resolvió quedarse en mis entrañas para siempre. Primero fue una bestia y me quemaba por dentro, después una neblina gris que convertía en apático todo lo que me rodeaba.
Finalmente, se tornó en recuerdo: símbolo del tiempo que fui feliz.
Nunca más he dicho "te amo" a nadie. Y si lo hice, me habrá sido perdonado hace un par de horas al recibir la Extrema Unción.
Fue terrible habituarme a la terrible verdad: nunca más volvería a verte.

Pero como bien ya sabes, aquella no sería la última vez que nuestras vidas se cruzarían.

lunes, 2 de mayo de 2011

Carta a Patricia (II)

Fue la arquitectura de tu cuerpo la única que llegué a comprender aquel año que los años han diluido en olvido. Recuerdo, sin embargo, que escapaba contigo en las clases más monótonas. Recuerdo perdernos entre el gentío para, poco después, varar en aquel bar que acabó por ser testigo de nuestro amor. Todo mi afán, mi atención, mi furia estaban orientados a arrancarte sonrisas; apenas atendía en clase; apenas conseguí aprobar un par de asignaturas.
Pronto comprendí lo errónea de mi elección; la capacidad visual brillaba por su ausencia, las matemáticas volaban y mis libros de álgebra se tornaban en poemarios a medida que tu risa ocupaba mis días, y tu cuerpo mis noches.
La arquitectura no era una opción factible; aún así, no me fustigué por el error. Todo lo contrario, lo celebré. Celebré que aquella decisión, movida acaso por los deseos de mi padre, había acabado por desencadenar tu aparición en mi vida. Desde entonces y aún hoy, agradezco cada día al azar y la suerte por sus designios incomprensibles.
Como he dicho, la única arquitectura que ocupó mi tiempo fue la de tu cuerpo. Cada noche estudiaba los ángulos, las luces y sombras de tu silueta: las fuertes columnas que conformaban tus piernas, el bello capitel que había sido dibujado bajo tu vientre, y por fin, la cúpula - tu pecho- y la estrella que iluminaba aquel monumento - tu sonrisa-.
Tenía que hacer malabares con los créditos para pasar de curso. Opté por perseguir mis sueños, por estudiar Filosofía.
Más intrigante, e imagino, más compleja, fue tu decisión de dejar la carrera a pesar de tu intachable historial. Nuestras continuas salidas en horarios lectivos y el poco tiempo que dedicabas al estudio no fueron razón suficiente para manchar tus impresionantes resultados.
El segundo año de carrera se erigía en el futuro como un horizonte confuso, una línea borrosa entre tu cielo y mi mar; quizá una herramienta del destino para separarnos.

domingo, 1 de mayo de 2011

Carta a Patricia (I)

Si el tiempo y la enfermedad son magnánimes y consigo redactar estas líneas antes de que mi llama se apague habré cumplido con mi parte. Confío en que la suerte y mi mensajero consigan encontrarte, y así mi alma no muera conmigo; y así mi alma viva por siempre en estas líneas con la persona a la que perteneció desde donde mi recuerdo alcanza.
Si alguien que no fuera su destinataria leyera esto último quizá pensaría que te conozco desde mi más tierna infancia, y aún no siendo así, no fue sino tu aparición lo que inició la serie de acontecimientos a la que yo llamo "vida". Todo lo anterior, posterior o ajeno a ti pertenece a otra dimensión, a una historia novelada, que hoy, desde mi lecho de muerte, apenas consigo razonar.
La historia de esta llama, que por momentos se alarga y  afina jugueteando con el viento que amenaza con vencerla, se remonta a un septiembre lejano; un septiembre con olor a cannabis y polen, pues aún siendo el inicio del otoño, para mí presagiaba vida, como la primavera.
Tengo grabada a fuego en la memoria tu entrada en  clase, llegabas tarde.
Existía en toda la facultad esa suerte de nerviosismo que empaña todo lo nuevo. Era el primer año de carrera . Algunos, después del silencio inicial que se condensó en la clase magistral, hablábamos y reíamos, masticando sinsentidos, esperando ansiosos la aparición del rector que nos daría el pistoletazo de salida.
Tu permanecías callada, más pequeña aún que de costumbre, diseccionando la clase con tus enormes ojos negros y atenta a la conversación que manteníamos mis amigos y yo. De vez en cuando te sentía reír. Cuando se cruzaron nuestras miradas sentí esa chispa que acabaría por germinar en esta llama moribunda, que ni los años ni los desengaños consiguieron soliviantar, que sólo la muerte, dama hostil y fría, conseguirá apagar en su gélido abrazo.