martes, 31 de mayo de 2011

Fin de curso ( El discurso final)

Me piden escribir uno de esos tediosos discursos sentimentalistas, una letanía de anécdotas y recuerdos que eche el cierre a 15 años de colegio.
Desgraciadamente me veo obligado a escribir con cierto aire meloso, no puedo evitar que mis líneas se perfumen de nostalgia.
Y me imagino todo lo que escribieron los que me precedieron, su pretensión de conseguir emocionar a compañeros y profesores. Y no me siento a la altura.
¿Cómo estarlo? ¿Cómo se resumen 15 años? ¿Qué maravillas debería reunir el papel para abordarlo todo?
Quince años son profesores que van y vienen, que enseñan en el plano académico y personal, dejan su huella y después, se pierden en el tiempo. Compañeros, amigos que ya no están con nosotros o se irán pronto, y otros que aún nos acompañarán un largo tramo.

Y es que lo que comienza ahora es nuestra vida. La nuestra. La vida en la que, protagonistas y responsables de nuestras decisiones, empezamos a dibujar el trazo de lo que queremos ser, bocetamos adónde queremos llegar.
Nuestras decisiones nunca más estarán al amparo de otros. Echaré de menos esa sensación de protección. La certeza de que a pesar de lo incorrecto de mi elección, haya siempre alguien supervisando. La seguridad de que ningún error es definitivo.

Echaré de menos también las rutinas. Probablemente extrañe más a las que menos importancia doy. Escribiendo se me ocurren los bostezos de mis compañeros por las mañanas, la vista de Bilbao cuando el día está claro, y también cuando la niebla no deja ver nada. Los cabreos de Josemi, y la forma en que después se disculpa arrepentido, la paciencia de Blanca, la forma en que Inmaculada murmura huraña pero divertida que no damos un palo al agua, el humor inglés de Andrés, las collejas de Teresa y la profesionalidad con la que se encarga de que no haya testigos . Extrañaré a todos y cada uno de los profesores que hoy están aquí.
Extrañaré a los que se fueron.

Supongo que cuando me vaya daré al tiempo la importancia que se merece; el invierno que pasamos esperando el verano, y el verano en el que extrañamos la lluvia. La suave sucesión de acontecimientos que parece que nunca acaba en el colegio.
Sin embargo, ninguna rutina es definitiva; pronto abandonaremos el nido y dejaremos un montón de vivencias atrás, algunas de las cuales apenas recordamos, pero que han ido conformando lo que hoy en día somos, la semilla de lo que seremos. Temo no encontrar el lugar, -temo que mi verdadero lugar sea éste - , pero por lo menos tengo la certeza de que aquellos que ahora ansían irse (o eso dicen, yo no me lo creo), echarán aún más de menos aquellos pequeños detalles. Quizá los detalles que ellos elijan sean diferentes. Pero seguro que al echar la vista atrás se emocionan y sus ojos se anegan de lágrimas como ocurre con los míos.

A pesar de la nostalgia, mientras comience a andar, aun extrañando esto, me sentiré feliz por el poso de sentimientos y enseñanzas que me quedan. Por los recuerdos que me acompañan. Por la amistad consolidada, por el amor que entró en nuestras vidas y amenaza con no abandonarlas.

Sin lugar a dudas, podré decir orgulloso, con el pecho henchido y la voz grave que pertenecí a la gran familia de Jesús-María ( No, esto último es broma pero había cogido mucha carrerilla)
Eso sí, si de algo puedo estar seguro, es que cuando me reúna con mis compañeros dentro de un par de años, me podré reír de todos los hombretones y hombretonas - que diría Aído -, (aquí estoy haciendo una intertextualización de Reverte para que sonría Begoña), sigo, me podré reír de todos aquellos que ahora dicen no echar de menos el colegio y estarán lloriqueando soñando con volver.

Pues eso, si todo esto es tan sólo una porción de lo que para mí supone el adiós, ¿cómo escribir lo que supone para 31 personas? ¿Entendéis por qué no me siento a la altura?

1 comentario:

  1. aiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!
    Quiero una copia de ese discurso!
    Yo te entiendo.....

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