Cansado de tirar botellas
y maldecir el silencio por respuesta
le llegó un mensaje al náufrago.
Se le llenaron los ojos de lágrimas.
Después de mucho tiempo
con la piel cuarteada
por la sal y el sol,
después de renunciar a la vida,
una carta sin destinatario,
sin remite,
le devolvió el sueño
como agua de mayo.
Guió a la esperanza de regreso
y con su plumaje blanco
eclipsó el sol,
sus llagas sanaron,
su sed amainó,
su tristeza naufragó
en lágrimas de sal.
Aquella carta era un beso.
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