lunes, 6 de junio de 2011

Carta a Patricia (IV)

A veces pienso que somos como pájaros con ganas de volar. Las ventanas siempre están cerradas. Nunca nos damos cuenta. Al alzar el vuelo nos rompemos las alas con el cristal. El mundo parece estar tan cerca...

Pero el mundo está lleno de esperanzas valdías. No sé quién demonios se esmera tanto en limpiar las ventanas para que creamos que están cerradas. No me lo explico...

Pero volvamos a donde lo dejé, aunque, de serte sincero, apenas recuerdo detalles  difusos de aquel tiempo. No dejaba de pensar en ti, en Madrid los suspensos desfilaban y pronto me vi obligado a dejar de estudiar. Me quedé solo, escéptico de cuanto me rodeaba, temerosos de nuevos desengaños. Olvidarte fue la tarea más ardua que la vida me ha deparado.

Me avergonzaba volver a casa sin los estudios finalizados, así que comencé a trabajar como repartidor en almacenes, como mozo de carga... Sin duda fueron años crueles que hacían añicos mis deseos y ambiciones. Un buen día decidí dejar de lamentarme y dar un golpe de autoridad. Comencé a recomponer una novela que había ideado cuando la inspiración siempre estaba en vena, cuando tu amor era mi abrigo.

He de decir, desde el cristal que los años me conceden, que la novela fue una auténtica mierda. La editorial me firmó un contrato para dos libros más pero el primero no llegó a la segunda edición.

El segundo, por contra, fue una obra maestra: Lo mejor que he escrito en mi vida. Los críticos, recelosos, lo acogieron con frialdad y desprecio y moldearon la conciencia de mis posibles lectores, que nunca lo fueron.

Enfermé, dejé mi trabajo de encargado de almacén. La promoción a este puesto fue el único triunfo que esos años me depararon y sin embargo, un maldito tumor me obligaba a renunciar a él. No fue nada; la operación apenas duró una hora. El tumor, benigno, no causó más complicaciones y dediqué el postoperatorio a cuajar mi tercera novela, la que a priori creí que sería la última. Vendí totalmente mis principios. Escribí un folletín a la antigua, con plagios descarados a Agatha Cristie, una trama totalmente fantaseosa que trataba de ser realista y un final que, atrapado como estaba en un callejón sin salida, decidí resolver con un componente sobrenatural. El acogimiento de esta ruindad fue tan caluroso que me entraron ganas de alejarme del mundo. Llovieron las felicitaciones, el aplauso de la crítica retumbaba allí donde me presentaba...

Y entonces me llamaste. Yo había mandado la segunda novela por correo a casa de tus padres, en Bilbao. No sé por qué lo hice, ni por qué en la contraportada se leía " A Patricia, mi luz y mi sombra". El caso es que no recibí respuesta y perdí toda esperanza.

Aún así, ahí estaba mi móvil en la mesilla. Con la noticia de una llamada perdida, que iluminaba la pantalla y tu nombre, que se erigía altivo, casi insultante, desafiando al olvido.

Me costaron varios días devolverte la llamada.

Ojalá lo hubiera hecho antes.

Cuando había renunciado a toda esperanza, el destino - caprichoso- había abierto de nuevo las ventanas.

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