miércoles, 15 de junio de 2011

Confesión

Verás, yo sé que a veces no soy
más que un cantante afónico
que lanza chinas contra tu ventana,
te visita cada noche y se enoja
si no sales al balcón
y me das tus buenas noches.
Sé muy bien que mereces
por lo menos un trovador
de sueños, un juglar de utopías,
el rey de los amantes,
un Dios de la sensualidad,
y que yo apenas soy un pobre
infeliz muerto de sed
que bebe de tus labios.
Si esta rana pudiera convertirse
en príncipe, si tuviera
la fórmula que disolviera
tu lágrimas, borraría tu miedo
de un plumazo, regresaría
la sonrisa que amo y la mantendría
por siempre en equilibrio en el
eje de tu dulzura,
no dudes ni un momento,
que daría mis siete vidas
de demonio por embaucarte en un abrazo
infinito, hacerte feliz por siempre
y engañarte para que en esta piedra
no veas a un sapo sin nombre,
sino el adalid de tus deseos,
la cúspide de tu ambición.
No puedo, sin embargo, mentirte
y me siento obligado a decirte
que temo que el resto no me vea
tras este vaho de pequeñez
que me transforma cuando estoy a tu lado,
porque Tú, reina de Persia,
buque insignia del amor negado
a tantos, y tu comparativa
me convertís en este príncipe
fracasado que se aferra a no perderos.

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