lunes, 6 de mayo de 2013

Desde el recodo

Fuiste la tristeza que detonó
mis mejores historias.
Por eso recuerdo tu rostro
como luz de alba,
rugir de motores,
olor a gasolina que preludia un viaje.
De los finales,
casi siempre tristes,
aprendí a esconderme
en mis trincheras de subterfugios.
No es verdad que lo importante
sea el camino, amor.
Tú me enseñaste
a ver el exceso de huellas,
el barro ensuciado por tantos pies,
la altivez del lobo que profana
la nieve virgen que cubre el almanaque
con su paso silente.
Me dijiste mil veces
que las certezas envejecen
y por eso te besaba con la torpeza
apasionada del inventor de excusas.
Siempre había algo mirándonos;
Eckleburg entre la niebla
esperaba el beso lento y la esquirla,
la duda hiriente y la mirada sostenida,
basculante entre el deseo y la ira,
que anuncia los finales.
Tenías razón, temía el vacío.
Y ahora que el mundo no amanece
en blanco y negro,
y ahora que ya no eres
Ilsa Lazlo ni un sueño por afinar,
ahora que me encuentro
absurdamente vivo
en el reflejo de los escaparates,
me veo allí,
en el mismo reflejo pero contigo,
y no me reconozco.
Fuiste la certeza que detonó
mis mejores historias,
la excusa perfecta
para alejarme un tiempo del camino.
¿Y a quién le importa el camino, amor?
¿A los que viajan o los que temen el viaje?
¿A los que viven o a los que sueñan estar vivos?
Qué bonito es verlo todo
desde el recodo.


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