jueves, 9 de mayo de 2013

La vida se parece mucho a la lluvia

Las voces zarpaban hacia el mar y se adentraban en lo oscuro hasta desaparecer del todo. Las bombillas que colgaban de los cables se movían a merced del viento, como si la luz ensayara un baile privado. Bajo las bombillas, en aquel embarcadero que se abandonaba al mar, celebrábamos el final del verano, que se marchaba cansado y lánguido, con los días cortos y las noches destempladas que trae consigo el crepúsculo de Agosto.
Las parejas de aquel baile improvisado se dejaban arrastrar como pétalos que giran en remolinos de viento. Irradiaban juventud y prisa, y una ambición aún sin mácula que me deprimía tanto como a ella.
La vi alejarse hacia donde acababa aquel reducto de atemporalidad  y perderse entre los árboles, buscando quizá, contemplar con tranquilidad su sombra proyectándose en aquella tierra ya seca, muerta.
Supe que debía seguirla, y así lo hice, cuando se puso a llover. Recuerdo que pensé que la vida se parece mucho a la lluvia. Evoqué una escena conmovedora de mi niñez. Sacaba mi mano por la ventanilla y la veía mojarse. Estudiaba la trayectoria del agua. Contemplaba con paciencia cómo las gotas engordaban en la parte posterior de la mano hasta caer irremediablemente... La lluvia nos fascina cuando somos niños. Luego, crecemos y comprendemos que la lluvia es rutina, que siempre llueve de la misma forma, en la misma dirección y nunca pide permiso para caer sobre nosotros, empapando nuestros cabellos, haciendo más pesada y oscura nuestra ropa, calando nuestros huesos y el ánimo... La vida se parece mucho a la lluvia.
Supe que lloraba antes de encontrarla. Hablamos apenas: pronto nos quedamos en silencio. No nos conocíamos. No había puentes entre nosotros. Éramos tan sólo dos figuras cuyas sombras se ahogaban en la lluvia agorera de finales de Agosto.
Los jóvenes de la fiesta recogieron sus cosas y empezaron a correr precipitadamente entre risas, ebrios de vida y sexo. Las bombillas se apagaron tras un chasquido que sonó a ondear de banderas raídas, a vómito de luz del cielo que se sobrecarga en días de tormenta. Todo se quedó en oscuridad y se perdió, como las voces: Las guirnaldas, las botellas, los juegos.
Cuando todos se fueron reparé en que ella ya no estaba a mi lado. La encontré cerca, en un tímido promontorio que la lengua verde de tierra dibujaba antes de derramarse en el mar.
Volaba una cometa de fuego dándome la espalda. Su figura brillaba en la voracidad de la noche. Dibujaba bucles y giros, cabriolas imprudentes y movimientos inverosímiles con una destreza increíble. Le pregunté qué significaba aquel sueño y sin mirarme dijo:

La infancia muere.
Persigue un niño el hilo
De la cometa.

Yo la miré como deben de mirar el horizonte los marinos viejos, como mira la sangre el antiguo soldado. La vida se parece mucho a la lluvia, musité a la fría humedad de la noche.
Y algo ocurrió, algún círculo debió de cerrarse, porque la cometa estalló en mil lenguas de fuego y ella me besó con la furia con que las abejas liban el polen.

3 comentarios:

  1. Hola!.
    Hacía mucho que no te leía. Te has pasado a la prosa desde entonces. Una prosa llena de poesía, algo menos amarga que los versos de antaño. Más madura, menos adolescente.

    Me siguen gustando lo que escribes. ¿Cuándo publicas?

    Un saludo y un abrazo.

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  2. Un placer verte por aquí de nuevo.
    ¿Publicar? Qué más quisiera !

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  3. Me gusta mucho lo que escribes. Y un blopg estupendo.

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