domingo, 2 de diciembre de 2012

Semana

No es un buen día,
te digo, y no miento.
No es un buen día, este,
en el que el añil del cielo
se llena de pájaros muertos
y luces de alarma.

El poeta rompe la pluma con su grito,
y yo camino a tientas,
sin atreverme a abrir los ojos
en esta tormenta de ceniza.

No es un buen día este
ni aquellos que le precedieron.
No fue, en fin, buena la semana,
que empezó vestida
con un plumaje blanco de esperanza
y muere, como todas,
con las alas empantanadas en fuel.

Será porque no atino a escuchar el ruido.
Será que mil orfebres
se empeñan en grabar
mi corazón.

Mil buriles y un mismo nombre
que se repite,
se repite,
se repite,
y me impide ver más allá.

A veces creo que estas semanas
son las más lúcidas.
A veces pienso que son un breve paréntesis
que un invierno de engaños se toma.
Quizá tenga razón hoy que me hundo en la tristeza,
con la paciencia de una isla.
Quizá esto sea la vida,
y no lo que celebro, ausente de mí,
en la oscuridad de otros cuerpos.
Quizá la vida no se celebre,
como nadie se atrevió
nunca a celebrar tu ausencia
-puede que el sol lo hiciera,
consciente al fin de su propio brillo-.

Pero qué importa esta diatriba
y las que la sucedan.
A fin de cuentas,
da igual.
Si hubiera pasado la semana celebrando
fiestas al amparo de la luna,
meciéndome en la duda y la inmediatez,
como las guirnaldas se mecían
aquella vida en la que me atreví a besarte,
tu pregunta hubiera sido la misma,
-qué tal todo-
y mi respuesta,
nunca pronunciada
y consciente de su inutilidad,
la que siempre pienso.

Qué importa ya,
-qué importo ya-
si no estás aquí.

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