domingo, 23 de octubre de 2011

El guitarrista de mis esperas

Cada vez que acordábamos encontrarnos
yo llegaba al lugar de costumbre casi una hora antes.
Tenía un sabor dulce la espera de tus labios salados.
Tenía un regusto a felicidad esa espera emocionada,
la sonrisa de bobalicón y el deambular desenfadado
recorriendo en círculos la razón de mi alegría.
Siempre hacía lo mismo. Echaba una moneda
al guitarrista extranjero que soportaba el frío.
Más torpe que virtuoso, sus fallos no me importaban.
Apenas reparaba en la música.
Era un cómplice de mi espera y compartía mi felicidad con él.
De vez en cuando le comentaba alguna cosa y el me sonreía,
contento de que alguien apreciara sus inquietudes.
De vez en cuando miraba los escaparates.
Todo me parecía maravilloso en aquella lenta apertura de plano
que esperaba a que aparecieras en escena.
Siempre clavo la mirada en el suelo pero en aquellas tardes
solía mirar hacia arriba y contemplaba los balcones
de aquel Bilbao prieto y desordenado de las siete calles.
Todo parecía nuevo. Todo más vivo.
Los rostros de la gente se me insinuaban más amables.
La noche se desplomaba sobre nosotros cuando al fin doblabas la esquina.
Hablábamos de todo y de nada. Bebíamos del otro como si el mundo
empezara a derrumbarse en aquel café, y yo me maravillaba
de lo feliz que era a tu lado. Peleaba contigo para cogerte de la mano.
Tú nunca me dejabas.
He aprendido a volver a pasar por aquella esquina.
Ya no suelto lágrima alguna. Te lo prometo.
Le sigo echando monedas al guitarrista, que últimamente se esfuerza
en recordar de qué le suena mi rostro. En vano.
Me falta el brillo en la mirada, el deambular alegre y la sonrisa bobalicona,
del tiempo en el que intercambiábamos cumplidos.
Ahora mi mirada se parece más a la suya. Rasposa y agria.
Ya han caído sobre mi espalda muchas noches.
Ya he aguantado el frío sin tus abrazos.
Y ahora, que estoy tan lejos de ti, me siento infinitamente cerca
de ese guitarrista que soporta al frío,
más torpe que virtuoso.
Ahora, reparo más en sus fallos.

1 comentario:

  1. Las gafas que presta el amor tienen tonos rosas, siempre ha sido así.

    Y siempre ha costado acostumbrarse a no llevarlas puestas.

    En las ópticas de relaciones humanas, quedan monturas de distintos colores, lentillas caprichosas para los que quieren verse el iris de otro tono, gafas de sol oscuras o tornasoladas, exóticos monóculos y lupas variadas.

    Sólo hay que entrar y escoger, no serán iguales que las que llevaste, pero pueden ser mejores si eliges bien, las cuidas con cariño, las mantienes limpias sin mácula y las guardas en una funda de forma de corazón, rojo, apasionado.

    Hay muchos tonos de rosa, desde el fucsia hasta el rosa palo.

    También hay algunas que permiten ver el arco iris. Dicen que son las mejores.

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