domingo, 16 de octubre de 2011

Madrugada

Hoy cuando volvía a casa
sin más tráfico que el camión de la basura
ni más banda sonora que el aullido de los perros
una pareja de muertos se aplicaba sal en las heridas.

No entendí la discusión
ni el por qué del amor muerto.
Un hombre chapoteaba en vino en un portal,
perdido y solo, y murmuraba sortilegios.

Le he ayudado a levantarse y me ha gritado
cosas en un idioma ajeno.
Entonces el hombre muerto a golpeado a la mujer muerta
y mi corazón ha sangrado un poco.

Una puta me ha hablado y la he mirado con tristeza.
Un anciano rebuscaba en los contenedores
ecos de un pasado glorioso.
He escuchado su historia:
hablaba de mujeres y fiesta.

Cruzando el puente he oído ronquidos flotar desde abajo.
Olía a muerte y miedo, a espera eterna.
Me he dicho ¡no llores!
y he seguido caminando.

Dos hombres sostenían a una mujer, ella gritaba,
pero en la calle sólo estaba yo,
y ni siquiera eso.

Me ha llegado el calor de una panadería,
cuatro gatos viejos han cruzado la calzada,
un hombre ha saltado desde un quinto piso
y el periódico me ha manchado
los dedos de muerte y tragedia.

Me he metido en la cama,
abrazando a los sueños
pero ni ellos me calmaban.
Y sentado en la cama,
tiritando y descompuesto,
he esperado despierto
a que llegara la mañana.

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