martes, 25 de enero de 2011

El mismo blues

Era su parte favorita del día. Lo único de valor que guardaba en el cuartucho donde habitaba, realquilado por una familia de inmigrantes y ocupado por él y un simpático grupo de roedores, era un reproductor de Cd´s y un equipo de música alucinantes.
Al llegar a casa de noche, se tiraba en la cama como un árbol al ser talado y lanzaba los zapatos al suelo con rabia, tratando de alertar así a los vecinos de abajo, que a esa hora casi siempre impregnaban su casa de jadeos y estrépito de golpes. Odiaba el relinchar del somier. Le recordaba un tiempo ya lejano que había compartido con una mujer. Ahora ella era una sombra del pasado.

Después de descalzarse encendía el reproductor y escuchaba siempre el mismo blues, mirando las grietas del techo y exhalando lentamente una nube de humo. No tiraba el cigarro hasta que le quemaban los dedos y el filtro no recordaba el olor del tabaco.

Acompañando la música con un suave balanceo del pie, apuraba cada día, una vez apagado el cigarro, una botella de vodka a tragos cortos y continuados, resoplando y soltando exabruptos cada vez que el alcohol le quemaba la garganta y las entrañas.

No era la vida que había soñado. Tenía lo que la suerte ( la mala) le había deparado.
La música y el dulce mareo que le producía el vodka conformaban el único paréntesis que los días le regalaban. Poco a poco, los gritos de abajo y la música se hacían más lejanos hasta que , por fin, lograba conciliar el sueño y construía la dimensión de su vida que había acabado por parecerle más real. ¿Quién podría achacarle elegir los sueños a las rutinas?

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