jueves, 10 de marzo de 2011

Clepsidra

Nunca me gustó verte llorar.
Tus lágrimas eran el agua de la clepsidra.
Cada vez que estabas triste
despachabas dolor y yo me apagaba.
Cada vez que estabas triste
se paraba el mundo. Yo desesperaba
buscando a tientas y nervioso
la forma de frenarte el llanto;
un tejido en mi cuerpo que sirviese
de torniquete, que salvara tu alma
y te cambiara el rostro.

Pedías estar sola mientras morías
y yo te dejaba marchar
frenando mis ganas de tomar tu mano
y esperar contigo la mañana...
que pudiese arrastrar tus sombras

Te miraba desde lejos.
Un ángel dormía en mi garganta.
La noche llovía sangre.
Tu lápiz de ojos inundaba
tus pómulos, tu risa...
y encharcaba
esos graciosos hoyuelos
que ya no estaban.
Después, llegaba a mi corazón.

Cada vez que estabas triste
cerrabas las esclusas
y las contraventanas.
No dejabas que entrara
la luz de mi sonrisa
ni que fluyera mi pena
junto a la tuya.

Cada vez que estabas triste
yo era un mimo sin experiencia
ni sentimientos;
sin voz ni conciencia,
golpeando el cristal del desconsuelo.

Cristal invisible,
como lo era yo en aquellos días.

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