sábado, 19 de noviembre de 2011

Underground

En lo que tarda el metro en pararse,
en esas décimas de segundo en el que el chirriar de los frenos
y el ajetreo y las conversaciones intrascendentes de la gente constituyen la única banda sonora,
acostumbro a guardar como una postal en mi mente la fotografía del tren resistiéndose a las riendas del maquinista, resoplando, sacudiendo el lomo.
Miro cada ventanilla como si de un nuevo fotograma se tratase.
En el primero veo una pareja a la que se le acabaron los temas de conversación,
haciendo carantoñas al fruto de un amor del que aún queda algún resto,
un niño rubio y sonriente al que le quedan muchos temas. Será motivo de muchos otros.
En el segundo tres niños, tres skates. Gorra ladeada y sonrisa no exenta de una malicia
que no se corresponde a la inocencia que destilan sus miradas.
La vida aún guarda cientos de sonrisas y lágrimas para ellos. El mundo espera que dejen su huella.
El metro resopla de nuevo, comienza el trote, trata de galopar.
Los fotogramas se suceden. La película es ahora más rápida. Como la vida.
Una pareja -no serán mucho mayores que yo- se besa y acaricia sin reparar en las miradas de sus vecinos de vagón.
Un hombre de traje teclea un mensaje, resopla entre un carácter y otro
y mira a la pantalla de su blackberry como si extrañara el tiempo en que las pantallas eran más grandes,
y la vida se proyectaba ante nosotros a todo color con una calidad asombrosa.
Una señora murmura para sí. Cualquiera diría que hace tiempo que perdió el juicio.
Está sucia y viste andrajos. Pero ella también fue-pienso mientras el tren empequeñece
y se acerca a la curva que me impedirá seguir viéndolo- potencia de futuros temas,
también tuvo una mirada que destilaba inocencia, también soñó con cambiar el mundo,
también amó y puede que hasta consiguiera ser amada.
También perdió autobuses adrede, padeció insomnio, y quizá escribiera para ahogar las penas
o pensando que sus textos, algún día, encontrarían un lugar en este mundo cansado y triste.
Pero no lo hicieron. Y palideció y perdió la esperanza.
Y comenzó a dedicar el tiempo a extrañar un pasado ficticio que fue construyendo sobre pilares podridos.
Ahora dedica todo su tiempo a ello. Otros lo hacemos desde más temprano.

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