miércoles, 9 de noviembre de 2011

Archivar sentimientos

Olvidar, desentenderse, resetear, formatear,
archivar sentimientos... está a la orden del día.
Vivir cada día impidiendo que la gente traspase nuestras capas superfluas,
mantener las profundas siempre limpias.

Dejar conocer de nosotros solo una ínfima parte,
para nunca depender de otros, para que no nos haga daño nadie,
y mentir -o mejor aún- callar verdades.

Recordar que el amor no es eterno -precaución, cariño, ya llega nuestro ocaso-
y despojarnos de amigos, familia, parejas y principios
cuando los vínculos amenazan con corromper nuestra independencia.

¿Por qué te vas? Porque te quiero. La trama se invierte
y el protagonista no sabe qué hacer con sus lágrimas.
No hay un amor muerto que justifique el luto,
solo la sensación de haber sido tan injusta y duramente engañado,
que ni siquiera encuentra argumentos para la discusión.

Y crecen las asimetrías del mundo. Las cicatrices de la gente
pura- y normalmente más ingenua- se agrandan e infectan,
ausentes en aquellos que no se alteran cuando dañan.

Y ahora qué, dónde encontraré tus abrazos.
Qué importa eso. Los míos no fueron mejores que otros.
Él no la desmiente, herido, consciente de pronto de que en verdad,
eran totalmente diferentes.

Se abrazará a un olvido esquivo, mientras ella apenas recuerda su rostro,
bailando con el fuego de otros hombres, otros rostros.
Y continuará su juego, el que él fue incapaz de entender, quizá ella también lo sea.

El tiempo jugará sus cartas y apenas quedará un murmullo del amor ficticio.
Uno de los dos se irá consumiendo, como una vela moribunda, con sus capas más profundas sangrando veneno y el otro seguirá sin detenerse, ni enseñar esas capas a nadie.

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