jueves, 3 de noviembre de 2011

Hola, me acuerdo de ti.

-Hola, ¿te acuerdas de mi? Solías decirme te quiero.
-Verás, tu rostro y tu voz los recuerdo.
Tu nombre aún juguetea en mi garganta.
Trago saliva antes de intentar abordarlo.
Sobre lo de decirte o no decirte palabras imprecisas,
para qué caer en términos difusos.
Lo dije más veces de lo que debía,
más por vicio que por deleite.
De hecho, eran innecesarias del todo.
Sabías leerme los sentimientos como dices
que yo suelo hacer con la gente.
De hecho nunca dejé de decirte te quiero:
Tú dejaste de oírlo.
Aun lo digo cuando vuelves la cabeza,
o pareces no escucharme.
Se me caen solas las palabras
cuando me puede la rutina,
los monstruos del armario,
y la sístole y diástole arrítmicas
sin tu aliento.
Se me caen acompañadas de suspiros,
de rezos sin destinatario,
de quejas quedas y tímidas,
que en ocasiones - el tedio a veces me puede-
se convierten en las más terribles maldiciones.
Ya sabes, amor, que sigo trazando mi camino.
Que evito curvas innecesarias, como algún día me aconsejaste.
Pero los trazos rectos anulan la emoción de la duda,
con la certeza de que ya no te veré al doblar la esquina.
A veces cuando la noche se desploma y vuelvo cansado,
pensando que aún debo cambiar las cuerdas de la guitarra
y terminar dos o tres trabajos,
en el camino desde la escuela de música a mi casa
sigues apareciéndote paseando algún perro,
empujando un carrito, o conduciendo un mini.
Me saludas al pasar junto al paso de cebra,
donde los resquicios entre líneas blancas se me antojan precipicios.
Entonces pestañeo y tu rostro se descompone en el de otra persona,
acaso conocida, probablemente nueva.
Resuelvo, entre bostezos, que el día ya ha cesado en su empeño
de ayudarme a soportar la ausencia,
y corro deprisa a casa,
olvido los trabajos y la guitarra
y me aferro a las sábanas.
Es entonces, antes de cruzar el umbral de los sueños,
cuando invoco tu nombre - que juguetea en mi garganta-
trago saliva, y te digo repetidas veces.
Te quiero, te quiero, te quiero, te quiero.
Pero claro, tú no puedes oírlo.
Al menos me queda la certeza de que aun me lees los sentimientos
a pesar de la distancia y el tiempo perdido,
porque amar a una persona es como andar en bici.
Nunca se olvida.

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