miércoles, 18 de enero de 2012

Camino a Santiago,
llegamos a un lugar insólito,
paraje escondido entre montañas,
minúscula cabaña entre gigantes de tierra.
Allí, el último templario,
vendido al marketing.
Merchandasing espiritual.
Envuelto en su capa de locura mediática,
vendía pulseras, recuerdos, aromas.
Compré algunas cosas.
No soy la clase de gente
que ve necesario abonarse a souvenirs,
para decir a la persona de la que nunca se olvida,
que no se olvidó de ella.
Compre algunas cosas.
Y después la vi.
Estaba semienterrada entre collares preciosos.
Era verdaderamente antiestética.
Desteñida, deshilachada.
Una pulsera inquietantemente repulsiva.
La compré y aún la guardo.
Regalar cosas bonitas es más sencillo.
Regalar algo tan feo debe significar mucho.
Aún la guardo, esperando dueño.

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