lunes, 19 de septiembre de 2011

Viejo

La decrépita silla en la que solía balancearse cada tarde llevaba en su porche más de cuarenta años.
El viejo, excéntrico y senil según la gente del pueblo, dedicaba las tardes a mirar la vasta extensión de tierra que se extendía desde su parcela.
Algunos días tallaba piezas de madera que no dejaba ver a nadie. Otros, la mayoría, no hacía nada salvo observar el descenso del sol.
Las malas lenguas decían que ya no quedaba nada de lucidez en su cabeza, ni nada de piedad en su corazón. Pero él no estaba al tanto de lo que los demás hablaban. Hacía años que no conversaba con nadie.
Desde que su esposa había muerto, la única compañía que el viejo soportaba era la de su perro, un Golden Retriever que parecía tener más años que la llanura misma.
Reinaba en la casa un escrupuloso silencio. El perro ladró mucho, sobre todo tras la muerte de Maggie, antes de que el viejo aceptara que debía retomar las riendas de su vida y cuidar a su único amigo, tarea que le resultó más fácil que la de cuidarse a sí mismo. Sin embargo, a medida que la melancolía invadía el corazón del viejo, toda la casa se impregnó de esa sensación de tristeza y derrota, y el mismo perro pareció compartirla, pues hacía años que no ladraba ni una sola vez.
Así, juntos, los dos viejos amigos recordaban cada tarde tiempos mejores, esperando que la muerte, con su gélido abrazo, les llevara de nuevo con aquella luz a la que entregaron su vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario