sábado, 10 de diciembre de 2011

¿Qué hacer cuando nos sentimos solos?

No aguanto el deambular lento del segundero ni las caricias de la melancolía.
Cada canción me puntea la piel y la convierte en tierra yerma.
Harto de los mismos bares, el mismo silencio, las mismas respuestas
sin preguntar siquiera, bordo el tedio en una vida vacía de sentido.
Los libros, la música, los conciertos, son aire al que recurro
cada vez que siento ahogarme inmerso en rutinas.
Buceo en recuerdos.
Soy demasiado joven para la sonrisa agria con la que afronto la recapitulación.
Soy demasiado joven para recapitular, pero cada vez boceto menos el futuro,
cada vez paso más tiempo paseando solo, abriendo las compuertas de mi manantial de sentimientos
que me avergüenza y que temo compartir con nadie.
Antes temía a la oscuridad. Acabé acostumbrándome a ella.
Ahora temo a la soledad. Y me aterroriza pensar que pueda acostumbrarme a esta también.
La vida es un fluir constante de anécdotas, personas, verdades.
Todo tiene un tiempo para ser creído y todos un tiempo para ser amados.
La pureza de los sentimientos, la esencia,
termina degradándose cuando las palabras ya no son primerizas,
cuando ya dijimos esas mentiras, o esas verdades, que ahora se nos antojan menos sinceras.
Pero yo no sé moldearme al cambio. No puedo resignarme a perder a la gente.
No concibo la distancia, ni el bálsamo del tiempo, ni la sustitución de caracteres.
Todos se van. Se escurren irremediablemente de los dedos como agua de manantial.
Algunos creen un consuelo pensar que parte de aquellos que amaron se quedaron consigo,
con sus recuerdos, con sus vivencias.
Algunos creen un consuelo pensar que la otra persona también pensará en ellos a veces.
Yo no. Víctima de mi narcisismo, me siento propietario exclusivo de la nostalgia.
Y la recorro siempre en mis paseos, aunque no me ayude.
Porque no tengo respuesta al título de este escrito.

No hay comentarios:

Publicar un comentario