La noche se desploma sobre nuestras espaldas.
La ciudad nos ofrece un jeroglífico de luces,
un criptograma que descifrar,
una afrenta, invitación a duelo
a las montañas que rodean sus lindes.
Quisiera ulular, e invitar a todas las bestias
a un festín de libertad,
retozar en el fango de nuestras pasiones salvajes.
Sentirnos grandes, inconmensurables,
autónomos y ajenos a la macabra frivolidad,
farsa simple ideada por políticos,
empresarios, televisiones,
audiencias.
Ojalá pudiéramos quedarnos aquí por siempre,
altaneros ante la civilización y sus progresos.
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