jueves, 23 de diciembre de 2010

Rodolfo Serrano

A veces me deprimo. Me gustaría entonces
ser el hombre del metro, el hombre anuncio
que camina en la calle. Ese muchacho
que abraza en una esquina la carne deseada.
Son instantes
que duran lo que dura nada y todo.

Quisiera ser tan sólo alguien que bebe
un vino en la taberna y que disfruta
al ver pasar la tarde por los cristales sucios.
Olvidar el pasado. Y el presente
construirlo con un cigarro rubio, una palabra
sencilla, como el aire de tu boca.
No sé hasta donde
me llevan los impulsos y el deseo.

Estoy cansado, deseando
no tener compromisos ni esperanzas.
Olvidar que la vida se me agolpa
deprisa en la garganta y en el alma.
Y que vivir es eso: los instantes
que habitan entre los unos y los otros. Me parece
que no hay mayor desolación que el encontrarse
de noche sin tener alguien que diga:
“De donde vienes
tan tarde y tan cansado”

2 comentarios:

  1. REMEMBRANZAS (DOMINGO RIVAROLA)

    Sigo
    tocando
    las cosas
    que fueron tuyas,
    los espejos,
    relojes,
    anillos,
    postales
    desteñidas,
    en fin,
    todas las cosas
    que quedaron dispersas
    en los armarios
    y los interminables
    rincones de la casa.

    ¿Qué ha quedado
    de ti
    en estos objetos?
    ¿Qué es lo que permanece
    de alguien
    que ya no regresa?
    ¿Qué retiene
    el recuerdo
    de las cosas que pasaron
    y ya no existen?

    Sigo hurgando
    en los imperceptibles
    escondrijos
    donde guardabas
    tus secretos,
    silencios
    y las intermitentes
    tristezas
    que te volvían tan distante
    y desconocida.

    Algunas
    madrugadas
    despierto
    sin encontrar
    una lumbre
    siquiera
    que llenara mi cuerpo
    con la misma fiebre
    que me inundaba
    tu sola presencia.

    Me pregunto
    una
    y otra vez,
    ¿Cómo explicar
    que sea tan poco
    lo que queda
    después de las despedidas?
    ¿Por qué
    se adueña
    de nuestra vida
    un vacío
    tan inmenso?
    Es como si los días
    venideros
    no auguraran otra cosa
    que una inexorable
    agonía.

    Sigo
    buscando
    en los intersticios
    de tu alcoba
    algún recuerdo
    que haya sobrevivido,
    una palabra,
    un deseo,
    un canto,
    un retazo
    de tus risas
    interminables
    o siquiera
    un resto
    de esa llama
    que encendía
    nuestros cuerpos
    como retamas
    envejecidas.

    En mi desaliento,
    sigo
    hurgando
    en cada rincón
    de la casa,
    en los recodos
    de los caminos,
    en tus momentos
    de silencio
    y en el recuerdo
    de aquellas
    lágrimas
    invisibles
    que antecedieron
    tu partida.

    No encuentro
    cosas
    ni palabras
    que atenúen
    tanto desasosiego.
    Nada
    aparece
    en estos antiguos
    sitios
    que de un nuevo aliento
    a los relojes,
    las brújulas
    y los calendarios.
    Nada aparece
    que detenga
    tantos naufragios,
    ni siquiera
    indicios
    que presagien
    tu regreso.

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